Opinión

La humanidad ante un nuevo Renacimiento

La resiliencia humana es la habilidad innata para superar la adversidad, adaptarse, recuperarse y producir nuevos significados capaces de transformar el sufrimiento, la soledad o la tristeza, generando acciones innovadoras, creativas y superadoras tras cualquier conflicto. La mayoría de las grandes obras de arte en cualquier género surgen tras una depresión. Tras un período oscuro la luz vuelve a brillar con más fuerza que nunca.

Podemos analizar la historia del siglo XX-XXI desde numerosos enfoques: política, economía, ciencia, tecnología, arte, arquitectura. Que tal si miramos al pasado con un nuevo caleidoscopio. Analicemos la historia a través de la música como manifestación y expresión colectiva de las emociones sociales.

Durante la primera década del siglo XX apenas hubo una evolución musical que no fuera la continuidad del clasicismo decimonónico basado en el piano, chelo y violín propio de las monarquías absolutas del siglo XIX. En 1914 el mundo se sumergió durante varios años en una profunda oscuridad material y espiritual tras el estallido de la Gran Guerra motivada por la constante disputa capitalista e imperialista por las colonias africanas y asiáticas, surgida a partir del deseo de las grandes potencias por explotar sus recursos, lo que provocó que se involucraran en la guerra países con intereses comerciales y territoriales. Sin embargo, a los pocos años de finalizar la guerra, comenzaron a replicar las trompetas del popular foxtrot y las salas de fiesta en Nueva York se llenaron de parejas bailando al trepidante ritmo de las Big Bands. En París se puso de moda el charlestón y la cultura del cabaret. Comenzaban así los locos años veinte que durarían hasta el inicio del crack del capitalismo bursátil en 1929. Durante los años treinta surgió el swing, una forma de deslizar los dedos sobre la guitarra, hacer vibrar un saxofón o cantar con una elegante y delicada cadencia que expresaba la melancolía popular en tiempos de crisis.

Durante los años treinta surgió el swing, una forma de deslizar los dedos sobre la guitarra, hacer vibrar un saxofón o cantar con una elegante y delicada cadencia que expresaba la melancolía popular en tiempos de crisis

Pronto llegó la II Guerra Mundial provocada por el fascismo y con ella se desafinaron todos los instrumentos. Solo se escuchaba la tristeza del violín, la desgarradora emisión aguda del dolor en los campos de concentración. Tras el desastre resurge a finales de los años cuarenta una nueva expresión humana que volvía acelerar las pulsaciones cardíacas en los clubs de Nueva Orleans, California, Manhattan y toda Europa. Trombones, saxos, pianos, contrabajos y baterías replicaban a las órdenes de Charlie Parker, Dizzy Gillespie, John Coltrane y surgía un trompetista que cambiaría por completo la historia del jazz, aunando estilo, vanguardia y modernidad en un mismo concepto, Miles Davis. El panorama artístico y cultural hasta los años sesenta se englobó en el jazz, la música libre y la improvisación. Miles Davis comenzó en Nueva York y se trasladó a París, donde conoció a Pablo Picasso, Jean Paul Sartre, Juliete Greco y Europa iniciaba una explosión cultural e intelectual que abarcaría todos los campos del arte y del pensamiento. Comenzaba la Bohemia de Montmartre. 

En los años 60 desde Inglaterra unos jóvenes de Liverpool comenzaron a reinventar el rock, los Beatles. Pronto nacieron bandas como los Rolling Stones, Led Zepellin, el folk popular de Bob Dylan, la guitarra eléctrica de Jimy Hendrix y estalló un renacimiento social y musical cuya base ideológica era el rechazo a la guerra y la posibilidad de crear una sociedad fraterna basada en el amor, la ecología y el cooperativismo. Nacía la Contracultura, término acuñado por el historiador estadounidense Theodore Roszak en 1968, como un conjunto de valores, tendencias y formas sociales opuestas a las establecidas en una sociedad tecnocrática y deshumanizadora que tuvo en Woodstock su máximo exponente iconoclasta mientras Marcuse publicaba El Hombre Unidimensional, reformulando el concepto del pensamiento único de Schopenhauer para definir la homogenización de la cultura dominante americana en todo el mundo basada en la manipulación de los medios de comunicación de masas para controlar el pensamiento popular.

Y llegaron los ochenta, las tensiones de la guerra fría y cayó el muro de Berlín. Se desintegró la Unión Soviética y este terremoto político dio paso al triunfo del modelo capitalista y la sociedad de consumo como única realidad posible. Francis Fukuyama denominó a este proceso el Fin de la Historia. Estamos ya en los noventa y aunque hubo expresiones musicales destacadas como U2, Queen, REM, Dire Straits, Nirvana y Oasis, el sonido vacuo de los sampler y teclados en las demás bandas o la vacuidad de los iconos pop americanos mostraron un vacío existencial que duró hasta principios del siglo XXI, cuando irrumpió en la escena internacional el llamado movimiento antiglobalización inspirado en el pensamiento del filósofo estadounidense anarcoprimitivista John Zerzan, apoyado por intelectuales como el premio Nobel de literatura José Saramago. Un movimiento mundial que era expresión popular de la necesidad de una Globalización más justa, reflejada en las protestas sociales que comenzaron en Seattle, Praga, Barcelona y Génova contra las políticas del FMI basadas en la privatización de los sectores esenciales del estado del bienestar a la vez que reclamaban la condonación de la deuda externa en los países pobres para eliminar el yugo y las cadenas que suponía su existencia para el libre desarrollo social y económico de los pueblos. Comenzaba a sonar una música intercultural, internacional, miscelánea y mestiza, mezclando sonidos andinos, con percusiones africanas, rap, rock, regué y ska, expresión de una sociedad global pero solidaria y multicultural.

Surgió el 11-S, punto de inflexión en la historia, un choque de civilizaciones avanzado por Samuel Huntington y comenzaron las guerras económicas por el petróleo en Irak y Afganistán. Después sobrevino nuevamente el colapso del capitalismo financiero del 2008 y la gran crisis social que nos volvió a sumir en otra etapa gris que dura hasta hoy en día con su punto culminante en el desastre económico derivado de la gestión de la pandemia sanitaria en 2020.

Tras este tiempo que dura ya doce años donde la única expresión musical ha sido el reguetón como máximo exponente de la mediocridad cultural es de esperar que los nuevos años del siglo XXI sean tan locos o más que los del siglo XX. Cuáles serán las expresiones musicales que vendrán, ¿qué explosiones artísticas alberga este nuevo Renacimiento en ciernes? Lo veremos y disfrutaremos muy pronto, no como espectadores, sino como protagonistas de este gran capítulo de la historia que nos ha tocado vivir.

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