Opinión

Las luces de Vigo atraen a las polillas

LAS LUCES de Vigo, esos relámpagos fosforescentes que se ven desde Nueva York y que son la envidia de capitales internacionales como Madrid, París, Londres o Tokio, según el escritor de novelas de piratas y alcalde en su tiempo libre, Abel Caballero, suponen el fruto de una campaña de marketing político asociada a un espectáculo navideño basada en la retranca gallega elevada a la máxima expresión posmoderna del populismo político. A todos nos gustan las luces de la Navidad. Sobre todo a los niños. A los mayores nos gustan porque vemos reflejada nuestra infancia en sus destellos y a los niños se les despierta la imaginación al contemplar esos caleidoscopios de colores. Pero cantidad no es sinónimo de calidad. Mas vale una casa iluminada con dos luces o dos velas estratégicamente colocadas para crear una atmósfera de paz y comodidad jugando con los espacios en sombra que un salón con cinco lujosas lámparas de araña donde cuelgan veinticinco bombillas amarillas simulando el hall de un hotel barato con pretensiones. Si vamos a Vigo, no es para ver las luces de Navidad de Vigo. Vamos a Vigo porque hay que ir a Vigo. Y hay que contarles a los demás que hemos ido a Vigo. ¿Como no vas a ir a Vigo en Navidad si va todo el mundo a ver las luces?; Aunque luego las critiques, o te quejes del tráfico, del caos urbano, de la masificación en las calles, de las colas interminables, de que no puedes aparcar en ningún lugar o que tampoco puedes comer con tranquilidad en ningún local porque todo está lleno. Vuelves de Vigo agobiado, con la sensación de haber perdido el tiempo, estresado, cansado del tráfico y las aglomeraciones, listo para alabar la noria o para sincerarte con tus amigos y decirles la verdad, que no es para tanto eso de las luces de Vigo. Porque no son las luces de Vigo. Son las luces de Caballero. Una estrategia de impulso del comercio local y la hostelería en las calles ricas y céntricas, una campaña de propaganda de la ciudad basada en gritar a los cuatro vientos que Vigo tiene las luces de Navidad más impresionantes del mundo. Y claro, la gente va en masa a comprobarlo y sobre todo a participar de una experiencia de locura colectiva. Demasiado faraónico. Excesivamente fatuo. Rozando la mediocridad del lujo. Una estafa mediática sin precedentes. Caballero será recordado, no por su política urbanística, porque Vigo es un desastre y podría ser otra cosa, ni por sus políticas sociales, sino por sus luces de la Navidad. Y será recordado con cariño porque el recuerdo de la Navidad es un recuerdo siempre cariñoso. Las luces de Vigo nos atraen como las luces atraen a las polillas. Yo sigo prefiriendo las luces humildes del pequeño pueblo en Diciembre, con su árbol en la plaza, esa plaza que huele a café con leche y donde se escuchan villancicos. Confundimos con estrellas las luces de neón.

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