Opinión

Menos mal que nos queda Portugal

CUANDO ERA niño solía viajar a Portugal con frecuencia. Me sorprendía la frontera, como concepto mental y físico. Ese puente de hierro que separaba la geografía a ambos lados del Miño. Había que presentar el pasaporte y luego cambiar pesetas por escudos para poder comprar toallas, manteles, cerámica, una botella de Oporto, vino verde y comer un exquisito bacalao al horno.

Los años volaron y las visitas a Portugal eran cada vez más habituales. Sábados, domingos, cualquier fin de semana era bueno para realizar una escapada. El pasado puente de noviembre volví a Portugal. Sin embargo, en esta ocasión, reflexioné sobre aspectos que nunca se me habían ocurrido. Caminando por Ponte de Lima, la ciudad mas antigua del país, me di cuenta que ya no vivía en una monarquía, sino en una república, con toda la fuerza de esa palabra. Basta recorrer unos pocos de kilómetros entre Pontevedra y Valença do Miño para cambiar de forma de Estado. Sin referéndums, sin abdicaciones, sin revolución, sin guillotinas. Así de simple. Me veía paseando por ese puente eterno sobre el río Lima que es Camino de Santiago sintiéndome ciudadano republicano.

Caminando por Ponte de Lima, la ciudad mas antigua del país, me di cuenta que ya no vivía en una monarquía, sino en una república, con toda la fuerza de esa palabra

Calles de Portugal, bellas, húmedas, calles decadentes. Porque Portugal está construida con una hermosa decadencia vintage. Vive serena, en calma, en paz. Portugal es slow, ecológica y sostenible. Tres conceptos muy modernos en Galicia que Portugal los lleva impresos en el alma desde hace décadas. La gestión del reciclaje es impecable, no sólo en las calles, también en las casas. La comida está compuesta de productos de proximidad, otro concepto muy posmoderno. Sus dosis o medias dosis, como allí llaman a las raciones, son generosas y de calidad. Los mercados están en la calle, donde la gente vende libremente las hortalizas que cultivan en su propia huerta. Cuando quise comprar berenjenas, ignorante e ingenuo de mí, y no las encontraba, me sorprendió la causa. Los supermercados venden las frutas y verduras de temporada descartando todo aquello que no es propio de la cosecha estacional apostando por la producción local. Por si fuera poco, en la mayoría de los restaurantes las cartas llevan ya incorporadas la opción vegetariana, concepto que en Galicia todavía no hemos interiorizado como normal.

Además, los portugueses, aman la infancia. Existen actividades para los más pequeños en suma abundancia. Han construido parques y jardines magníficos donde jugar con los más pequeños o sentarse cual anciano leyendo a Lobo Antunes en un banco de madera mientras hacen crack las castañas que caen de los árboles al tocar el suelo encharcado del otoño.

Visité Guimaraes y su castillo medieval. Visité sus calles empedradas que huelen a pastel, vainilla y miel. Los españoles y los gallegos siempre hemos mirado por encima del hombro a los portugueses, creyéndonos mejores y más modernos. Creemos, erróneamente, que viajar a Portugal es viajar en el tiempo, que es volver a la España de hace treinta años. No es verdad. Solo es una quimera altanera propia del burgués castizo que se cree mejor que su vecino. Portugal actualmente es un país que cumple los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y que tuvo la sabiduría de saber salir de una profunda crisis económica con políticas de expansión de la riqueza, estimulo de la demanda y generación de empleo.

Menos mal que nos queda Portugal, para huir durante unos días de nuestras miserias políticas, de nuestra arrogancia ibérica, de nuestra congénita picaresca. Menos mal que nos queda Portugal. Teníamos la república a media hora en coche y no nos habíamos dado cuenta.

Comentarios