Opinión

Última hora en Damasco

ME SIRVO una taza de café. Enciendo un cigarrillo. Bajo el volumen de la música y me siento cómodamente delante del ordenador con la ventana abierta para que entre el aire nuevo de la mañana. Llamo por teléfono a David Ramil, antiguo compañero de la facultad de Ciencias Políticas en Santiago de Compostela y una de las mentes más brillantes de nuestra generación, con el objetivo de entrevistarle para este periódico y darle voz a los sin voz. Natural de Chantada, David aterrizó ayer noche en Chipre, donde trabaja, procedente de Damasco, la capital de Siria. El centro de gravedad del mayor conflicto militar y humanitario de la historia reciente. El habla y yo escribo. Estando en Chipre, David observaba frecuentemente desde la ventana de su balcón aviones militares cruzando el cielo azul mediterráneo. Desde la distancia, como cualquiera de nosotros, leía las noticias, veía las imágenes de la guerra, los millones de refugiados huyendo de sus viviendas haciendo cola entre las fronteras de Turquía y la UE. Sintió, que estando tan cerca, tenía el deber moral de cogerse un avión y plantarse en Damasco con un solo objetivo: Transmitirle a esa gente que no están solos. Que hay personas que piensan y sufren también desde la distancia la desgracia que viven, que no todo el mundo vive en la indiferencia mas absoluta, sino que hay seres humanos capaces de empatizar con otros seres humanos aunque no se conozcan de nada y sentir como propia la injusticia ajena, porque una vida no puede estar determinada por la geografía del nacimiento en un mundo que se hace llamar civilizado. Así que, sin pensarlo dos veces, se fue al aeropuerto de Chipre y cogió el primer avión para hacer escala en el Líbano y aterrizar directamente en Siria. Esta fue la única motivación de su viaje. En sus propias palabras, "Al estar en Damasco, compartes la pena con las personas, sientes la transmisión del dolor cuando estás junto a ellas, esa sensación que la distancia difumina". Para David, es difícil cuantificar el riesgo cuando paseas por Damasco, una ciudad en cuyas calles y plazas contemplas una gran presencia militar. Es un país que esta en guerra, donde puede estallar una bomba en cualquier momento. Te sientes agobiado en las grandes aglomeraciones. Ves gente mutilada, niños descalzos, edificios derruidos y mucha suciedad. Una completa desorganización provocada por años de conflicto militar, un conflicto cuyo origen, como todos los conflictos, se explica por los recursos del país y su posición geoestratégica, donde USA ha financiado al Estado Islámico para tratar de derribar al gobierno Sirio provocando otra catástrofe humanitaria, como provocó en Irak, como provocó en Afganistán. Pero no hay tropas americanas en Siria. USA aprendió del Vietnam y en lugar de introducir militares propios financia a grupos armados chiíes y sunníes provenientes del Irak en el interior del país para desestabilizar al gobierno. ¿Porque? Siria mira al mar y tiene abierto el canal de Suez. Hay zonas muy ricas en términos de petróleo en todo el país. Para transportar los recursos que obtiene en los países limítrofes USA tienen que rodear toda la península del Sinaí. Dependen de Egipto. Dominando Siria tienen acceso directo al mar y vía libre logística. Los sirios están muy agradecidos a los rusos, históricamente, por su ayuda y protección. Pero lo mas interesante del relato de David al escucharlo es como un país sigue adelante, como la población, los vecinos, tratan de seguir viviendo a pesar de las circunstancias. La vida se impone y florece entre las ruinas. La población Siria es profundamente hospitalaria, fruto de la convivencia milenaria entre civilizaciones, rebosante de una gran riqueza multicultural. Los sirios están acostumbrados a acoger, a relacionarse con otras culturas. Antes de la guerra, Damasco era una ciudad colorida, llena de niños, donde convivían todas las religiones en armonía. A ese punto intentan volver. David me habla de la diferencia entre el centro histórico, donde no hay daños graves como en el resto de la ciudad. "Hay muchos lugares llenos de flores en memoria de los fallecidos e impactos de misiles en las avenidas". Me habla de la Mezquita, la tercera más grande del mundo y como se ha convertido no solo en un lugar para la oración, sino que es un lugar donde la gente se reúne a charlar, tomar el té, donde los niños juegan y las familias realizan fiestas de cumpleaños en el exterior. Así como el metro de Moscú fue un refugio durante los bombardeos nazis la mezquita es el refugio de la población siria ante la posibilidad de cualquier ataque. El ambiente en Damasco es un ambiente de conciliación entre ellos mismos. Los sirios no quieren irse. Quieren reconstruirlo todo. Gentes de diferentes religiones, culturas y países unidos por la convivencia y decididos a volver a empezar. "Hay cientos de mercados ambulantes donde venden multitud de especias. Las calles huelen a jazmín y existen miles de variedades de plantas que se ven reflejadas en los mosaicos de los edificios produciendo una importante sensación de paz". En sus propias palabras "Existe un espíritu muy solidario entre la gente, con una gran capacidad para olvidar las diferencias; solo les importan la felicidad de los niños". Pero el ISIS sigue estando presente y domina varios barrios de la ciudad. El gobierno está tratando de echarlos. Es por ello, que hablar sobre la guerra es arriesgarse a ser delatado. Hay un silencio velado e impuesto, "porque no sabes realmente con quien estás hablando en las calles". La gente no puede expresarse libremente. Una mujer cuenta: "Nosotros nos calentamos con tanques de gasolina. Una mañana un misil impactó en varios de esos tanques y provocó una explosión tremenda que parecía el fin del mundo. Murieron muchos de nuestros vecinos a causa de la explosión. Muchos murieron ardiendo entre las llamas. Un misil impactó incluso en la cúpula de la Mezquita, un ejemplo de la violencia desmedida contra la población civil, sabiendo que es un lugar de reunión y refugio para la población". Actualmente millones de sirios viven atrapados en zona de nadie tras el cierre de las fronteras turcas por mandato de la UE justificando la posible entrada de miembros del ISIS. No pueden regresar a siria por "el peligro del conflicto armado y tampoco pueden acceder a los países colindantes, un derecho internacional que les ampara por ley, porque todo refugiado tiene el derecho a ser acogido en cualquier país limítrofe en caso de conflicto militar. Y a pesar de todo, los vecinos levantan las piedras derribadas para reconstruir nuevamente su ciudad. La vida se impone en las calles de Damasco. Unas calles que huelen a esperanza. Unas calles que huelen a jazmín. Volverá la primavera y brotarán las flores sobre las ruinas de la guerra.

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