Opinión

Yonquis del smartphone

Se despierta por la mañana pensando en la droga. Nada más despertarse se la chuta. Toma café con leche y unas galletas. Sale a la calle. Camina distraído. Una vibración. Necesita otra dosis. Consume. Llega a la oficina. Saluda. Se sienta en su mesa. Enciende el ordenador. La pantalla se ilumina. A su lado bien cerca el smartphone. Vuelve a vibrar. Otra dosis. Se la chuta. Mientras abre la bandeja de entrada del correo electrónico vuelve a sonar otra vibración. Sigue consumiendo. Combina su jornada laboral entre la pantalla del ordenador con la pantalla del smartphone. Sale a tomar un café. Necesita otra dosis. Abre la pantalla. Pulsa en diferentes redes sociales. Noticias. Compras. Cuando queda satisfecho vuelve al escritorio de su oficina y otra vez la pantalla del ordenador. A su lado, muy cerca de la mano, mira de reojo el smartphone. Pasa ocho horas delante de las pantallas mientras chatea de vez en cuando con su smartphone. Sale a la calle. Mientras camina sigue mirando la pantalla del smartphone. La calle está plagada de gente sentada en las terrazas contemplando sus pantallas smartphone. Hace la compra. Mientras espera en la cola del supermercado para pagar suena otra vibración. Otra dosis que reclama ser consumida. Vuelve a chutarse. Así hasta llegar a su casa. Guarda la compra en la nevera. Se pone el pijama. Cena en familia. Los niños en la mesa no hablan. No se comunican. Cenan de prisa casi sin hambre para irse rápidamente a su habitación a chutarse la droga del smartphone. Él o ella se sientan en el sofá. Se tumban. Vuelven a encender la pantalla del smartphone y así pasan las horas hasta que el sueño comienza a envolver los párpados con sus telarañas. Se acuestan en la cama. Antes de cerrar los ojos y con la habitación a oscuras vuelven a chutarse otra dosis smartphone. Duermen mal. Mientras duermen el smartphone permanece atento con una lucecita encendida chupando electricidad para cargarse y poder suministrar nuevamente más droga durante todo el día. Doce horas diarias pendientes del teléfono. Doce horas diarias pendientes de un mensaje. Doce horas diarias pendientes de cualquier noticia. Doce horas diarias dependientes de cualquier “me gusta”. Doce horas diarias pendientes de cualquier fotografía. Doce horas diarias mirando pantallas. Doce horas perdidas. Somos yonquis del smartphone. La generación esclava de las pantallas. La generación acrítica. La generación zombi. La generación de la ansiedad, la depresión, las pastillas y la soledad. Eso es lo que produce el smartphone cuando se convierte en droga. Afortunadamente podemos hacer un acto revolucionario cada día para ejercer nuestro derecho a la autodeterminación mental e intelectual. Un simple acto. Un acto sencillo pero heroico. Un acto de liberación. Apagarlo. Solo así podremos volver a conectarnos. Con nosotros mismos. Y con los demás.