Opinión

Acorralar al monstruo

A DIFERENCIA de otras ocasiones, esta semana tenía clarísimo sobre qué iba a escribir mi artículo de los viernes. Aprovechando el estreno del programa de Jesús Vázquez, iba a hablar del bullying, un tema que preocupa por la repercusión de la violencia juvenil en la vida adulta. Pero a veces la actualidad manda aunque no sea mi trabajo contarla. La espiral de la violencia gratuita encuentra en los asesinatos machistas el punto álgido de esta sociedad enferma. 

Ayer [este jueves] se me atragantó la comida y el día entero por el parricidio que un incalificable hombre de 38 años, natural de Sevilla, llevó a cabo contra sus dos hijos de 4 y 5 años en una pequeña localidad alemana. Su exmujer, una chica rusa que había vivido 10 años en España, había recibido amenazas de parte de este cerdo infame para que volviese con él. La última era que, si no accedía a su chantaje, haría lo mismo que José Bretón. Ella denunció las amenazas pero, aún así, la Justicia alemana –que no difiere mucho de la española en cuanto al tratamiento de la violencia machista– decidió que este monstruo tenía derecho a pasar los fines de semana con los mismos niños a los que había prometido matar. Y los mató. A sus hijos, con sus propias manos. Después, se encerró en casa con los cadáveres y respondió a una llamada de su ex para asegurarle que los niños estaban descansando. Fingió autolesionarse y dejó de coger el teléfono. Esperó a que llegase ella, la madre de los niños, para que viese con sus propios ojos a sus dos hijos asesinados. Ella enloqueció. Pero a él lo están tratando en una cómoda institución psiquiátrica como si tuviese algún problema mental, más allá del maquiavélico deseo de castigar en lo más hondo a quién ya no te quiere. 

Diecisiete monstruos han matado a dieciséis mujeres y a una niña en lo que va de año en España. Dieciocho monstruos contando al parricida sevillano. Unos las acuchillan en la puerta de su trabajo, otros las asfixian, las matan a golpes, las queman, algunos vuelan la casa. Los más ruines las dejan con vida para que vean cómo matan a sus hijos. El anterior, tirándose con su bebé en brazos por una ventana del Hospital madrileño de La Paz. 

Mientras, cada vez más ciudadanos concienciados vamos a manifestaciones y nos concentramos delante de las audiencias provinciales y de los juzgados clamando justicia. Pidiendo que la violencia machista sea cuestión de Estado. Exigiendo que los protocolos funcionen y que, ante la primera denuncia, el maltratador no pueda acercarse a su víctima. Pidiendo que los encierren si incumplen las órdenes de alejamiento. Suplicando que la Justicia actúe de oficio. Quizá suene poco progre afirmar que la Justicia española está construida sobre la utopía de la inocencia humana generalizada, de la cual se aprovechan todos los putos criminales que pueblan nuestro mundo feliz. Resulta que las leyes que encarcelan a tuiteros que se ríen de fascistas muertos hace 40 años no resultan tan efectivas cuando de proteger la vida de miles de mujeres maltratadas se trata. 

La realidad inconfesable es que cada vez menos feministas nos atrevemos a pedirles con firmeza a las víctimas que denuncien, porque sabemos, aunque pocas lo digamos en alto, que la denuncia es muchas veces es el paso previo a enfurecer al monstruo. La Justicia no funciona, señores. No hay más que ver las noticias. Del mismo modo, empieza a parecerme perverso el empeño de la prensa en señalar que la víctima no había denunciado a su asesino. 

Me encantaría asegurarles a todas las víctimas que la denuncia es la solución. Me gustaría hablar sólo de la importancia de la educación para prevenir comportamientos machistas. Qué gusto sería hablar de lazos y cartelitos. Pero hoy llego demasiado enfurecida para empezar a redactar la perorata de corrección política que invade esta sociedad dividida entre víctimas que callan y se joden, y los verdugos que matan, cada día, con la complicidad del vecino que escucha y pasa el pestillo. Que los justifican. Pero no. No son enfermos. Y tampoco están deprimidos. 

Tantos mujeres y niños asesinados pesan mucho sobre los hombros de esta sociedad asustada. Y un día las mujeres y los hombres que las quieren nos despertaremos espantados de esta pesadilla y abriremos el pestillo para señalar y acorralar al monstruo al que ya sólo le quedará una bala: la de dispararse a sí mismo.

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