Opinión

El don de la maternidad

EL OTRO DÍA fui al Aquarium de A Coruña y la visita me trajo recuerdos de infancia que nada tienen que ver con especies marinas y corales de colores. La última y primera vez que había estado en la casa de los peces resultó ser en aquella excursión en que nos metieron en un autobús desde Pontevedra para estrenar la ya famosa ruta coruñesa Domus-Casa de las Ciencias- Aquarium. Lo recuerdo perfectamente porque ese día juré que jamás sería madre. 

El recorrido por la Domus o Casa del Hombre incluía el túnel del terror, una siniestra gruta en donde se proyectaban las imágenes de un parto que dejaron traumatizadas a generaciones enteras de escolares gallegos que nos tapábamos los ojos y los oídos mientras los profesores nos animaban a seguir la película. Han pasado 20 años desde que el visionado de aquella desproporcionada cabeza de bebé saliendo por la infinitamente más pequeña vagina de su madre se grabó en mi retina al ritmo de unos espantosos gritos que anunciaban la última versión de Pitingo del Bohemian Rhapsody

La editorial Península acaba de publicar en España No tendréis mi odio, el libro de Antoine Leiris, marido de una de las víctimas del atentado de Bataclán. El emotivo relato de este joven periodista francés, es un viaje por los días posteriores al atentado a cargo de su bebé de 17 meses y con la ausencia de Hélène, su esposa. El libro me hizo reflexionar sobre lo difícil que es criar a un hijo y lo poco que se habla de ello cuando la que se ocupa de lo principal es la mujer. Antoine, sumido en una infinita tristeza por la pérdida, habla sin complejos del miedo. Ese miedo que siente al enfrentarse a su hijo, a bañarlo sin ella, a alimentarlo sin ella, a calmarlo sin ella, a dormirlo sin los cálidos brazos de ella. Y convierte un acto tan cotidiano como cortarle las uñas al bebé sin lastimarlo, en el más conmovedor acto de heroicidad. 

Se supone que las mujeres por ley divina y humana estamos preparadas para ser madres. Hemos sido dotadas del don de la maternidad. Estamos preparadas para parir con dolor, para soportar el post parto, para asumir el cambio físico, para no rechistar por las secuelas, para integrar a ese nuevo ser en nuestras vidas sin ápice de hartazgo, para bendecir y rebendecir ante dios y los hombres la inmensa suerte de ser madres. En nosotras hay cosas que nos son naturales, pero natural también es el cambio climático y no aplaudimos cuando llega la gota fría y se lleva por delante unos cuantos campings. 

El otro día, mientras preparaba la segunda parte de la obra de teatro No es País Para Coños (fin del autobombo) llamé a mi amiga Arantxa, mi asesora en temas maternales, para preguntarle por su experiencia como mamá de Carme y Enol. A mi superficial y estúpida pregunta "¿Cómo se te queda eso después de parir?" Aran respondió con un contundente y gráfico "como un chuletón de Ávila". Espero que los abulenses me aclaren cómo está la carne por allí. Con respecto a la barriga la comparó con "una mochila vacía" y justo la paré cuando empezaba con los pezones agrietados. "Pero eso, querida, no es lo peor". Fue darle mecha y ella sola se incendió. 

Porque lo peor, efectivamente, viene después. Y ni las clases preparto, ni la matrona, ni el ginecólogo, te preparan para enfrentarte a esa pequeña cosa que grita, caga, come y te vomita encima cuando intentas que deje de gritar después de ayudarle a cagar. Aprender a hacerse amiga de tu hijo es un proceso lento y penoso que muchas veces las mujeres asumen con resignación, falta de comprensión y grandes dosis de culpa. Y aunque una tenga una buena compañía al lado (caso de mi querida Aran) el solo hecho de tener sentimientos de rechazo multiplica por mil la frustración de la primeriza, abrumada por el nuevo rol social de madre-por-encima-de-todo. "Pensaba que no era buena madre" me dice esta madraza mientras su cuñada, también madre, le da la razón al otro lado del hilo. 

Ser madre, de modo natural implica infinitamente más renuncias que ser padre desde el mismo momento de la concepción. Una no se puede ir de cervezas ni fumarse media cajetilla ni tomarse un mísero espidifen cuando sale estresada del trabajo. Y aunque afortunadamente buena parte de los hospitales de España ya ofrecen planes de parto para que las madres escojan la forma de parir, la violencia obstétrica sigue existiendo. En España, todavía se practican más episiotomías (corte vaginal para facilitar la salida del feto) de las recomendadas por la OMS que generan desgarros y problemas graves en los esfínteres. Todavía se practican demasiadas cesáreas. Todavía se realizan partos excesivamente medicalizados y faltos de sensibilidad. 

Es el momento de que como Antonie, las mujeres también reivindiquemos nuestro derecho a estar tristes, a no tener ganas de jugar, a seguir queriendo igual a nuestras parejas, a no querer levantarnos de cama, a querer follar, a no querer hacerlo en absoluto, a enfadarnos, a seguir reclamando la misma atención, a decirle "hazlo tú". Y sobre todo, también tenemos derecho a tener miedo.

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