Opinión

La boina de mi abuelo

La semana pasada escribí en este diario un artículo sobre el machismo dentro de la Guardia Civil y una horda de airados defensores de la patria se parapetaron detrás de sus pantallas de ordenador para dedicarme bonitas palabras de amor. Reconozco que me sentí halagada. Decía el polémico escritor colombiano Fernando Vallejo que él escribía para molestar "a los hipócritas, a los de la Iglesia y a los de la política". Y yo añado que, en general, escribo para molestar a los defensores del aparato del Estado que ven en la disidencia y en la crítica argumentada y pacífica un auténtico problema. Curiosa defensa la que hacen algunos de la democracia.

Como diría Jorge Javier Vázquez, me siento obligada a desmontar dos importantes falacias, por alusiones. Una, que yo soy una especie de discípula de Pablo Iglesias y dos, que lo que ponía no era cierto.

Con respecto a la primera, por poco que me lean en cualquiera de los medios en los que colaboro, pronto se darán cuenta de que siendo como soy persona de izquierdas, me tomo la libertad (y el derecho) de criticar a la izquierda y a Iglesias en particular, bastante a menudo. Sobre el supuesto embuste del que parte mi artículo, todo lo publicado es verdad, aunque no todo el mundo comparta mi forma de expresarme. Casualidades de la vida, y pese a los "casos residuales" de violencia machista en la institución, el mismo día que salía mi artículo descubríamos la espeluznante noticia de una agente violada, amenazada y obligada a abortar por parte de su jefe, un sargento de la Guardia Civil, en la comisaría murciana de Molina de Segura. Y a pesar de ello, la Dirección tardó siete meses en apartarlo de su cargo. Aunque a alguno pueda sorprenderle, quien hizo público este caso, no fuimos ni yo, ni Pablo Iglesias, ni el espíritu de la Pasionaria, sino la propia Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC). Guardias civiles denunciando los abusos en el cuerpo, maldita democracia. La AUGC es el mismo sindicato que propuso a la Dirección la instauración de un protocolo para luchar contra la violencia machista dentro del cuerpo y que ésta, curiosamente, rechazó.

Al día siguiente de publicar y con la web de este periódico ardiendo, me fui de festival con mis amigos y me pasé unas cuantas horas de copas con ¡un guardia civil!, que también había leído el artículo por el que varios señores pidieron que me echasen del periódico y del país, si era posible. A pesar de mi radicalidad ideológica, tengo amigos guardias civiles, taurinos e incluso amigos del PP. Eso sí, me cuido mucho de no tener amigos machistas, para que no me salpique la mierda de los que me desacreditan usando mi sexualidad y mi particular gusto por hablar de lo que tengo entre las piernas.

Con este chico, agente de la ley, departí sobre la responsabilidad que conllevan determinadas profesiones. Porque en un Estado de Derecho no es lo mismo que un Guardia Civil viole y grabe una violación, a que lo haga un carpintero, aunque el acto de violar sea igual de dañino y repugnante. El cargo de un carpintero no está jurado bajo Constitución, ni la función social de un carpintero es dedicarse a la protección de los ciudadanos, en particular de los más débiles. Las víctimas. Un carpintero tampoco es un funcionario del Estado.

No es lo mismo que un cura abuse de menores a que lo haga un carpintero, aunque legalmente la pederastia sea el mismo delito provenga de quien provenga. Moralmente, que un discípulo de Dios, regido por los mandamientos, dedicado a expandir la palabra del Señor y los valores de bondad y fraternidad, abuse de los niños es, taxativamente, más alarmante. La Iglesia también es una institución especialmente hábil en proteger a presuntos delincuentes. Y a pesar de no ser yo creyente, en la Iglesia, como en la Guardia Civil y en la carpintería, hay personas maravillosas y muchos amigos de sus amigos. Así que espero que sean las primeras en denunciar este tipo de violencias.

Tampoco es lo mismo que un profesor le pegue una bofetada a un alumno a que un alumno se la pegue al profesor. Aunque ir pegando hostias por ahí no esté bien nunca, comprenderán que lo haga un adulto preparado para la educación de los demás, es diferente a que lo haga uno que está a medio educar.

No es lo mismo que cuatro simios aporreen teclas diciendo falacias sobre mí, a que lo haga yo, que soy periodista y a mi código deontológico me debo cuando intento contar la verdad y denunciar los abusos del poder, de los fuertes sobre los débiles. Por algo al periodismo, un día, se le llamó cuarto poder.

Mi abuelo, que convivió gran parte de su vida con el terror del franquismo, tenía por costumbre sacarse la boina cuando pasaba por delante de la casa un guardia civil, un cura o un maestro.

Desgraciadamente, algunos aún necesitan la boina.

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