Opinión

Mil maneras de morir

PARA UNA persona hipocondriaca (como por ejemplo, yo) cualquier día es un buen día para morir. La cantidad -y variedad- de enfermedades que se suceden en la mente de un hipocondriaco puede atraparte en una lavadora de sufrimiento constante en donde cada diagnóstico negativo, es un pequeño alivio y la oportunidad para un nuevo padecimiento.

El sujeto hipocondriaco vive para escuchar su cuerpo. Pequeños cambios en una señal vital u orgánica (el ritmo de la respiración, los latidos del corazón, la temperatura corporal, manchas cutáneas, hormigueos, dolores de cabeza o de espalda) son percibidos como una gran amenaza imposible de ignorar.

Durante semanas viví (malviví) convencida de que padecía alguna enfermedad neurológica degenerativa que me dejaría postrada en una silla de ruedas más pronto que tarde. Tanto me sugestioné que acabé por perder la fuerza en las manos y en las piernas y caminaba como si una barra de hierro me hubiese empalado. Las explicaciones médicas sobre las posibles consecuencias de mi trastorno ansioso me parecieron un insulto y mentí como una puta (señora en la calle) para asegurar que estaba viviendo uno de los momentos de mayor tranquilidad de mi vida. Desconfiada sobre un diagnóstico precipitado y claramente salpicado por las dudas respecto a mi salud mental, visité a varios médicos para asegurarme de que podría llegar con vida a la presentación de mi libro. Ya me imaginaba llamando a la editorial y diciendo “lo siento, quiero pasar mis últimos días rodeada de mi familia, amigos y de mi perro Coco”.

A lo largo de mi vida he muerto y vuelto a resucitar infinidad de veces. Unas manchas de sol desencadenaron en un cáncer de piel, una lesión de tobillo en un cáncer de huesos, unos bajos glóbulos rojos durante una analítica rutinaria eran SIDA, la picadura de varios mosquitos en República Dominicana advertían de la presencia del virus del chikinguya en mi organismo, la caída de pelo en anemia, un dolor de dientes en un tumor facial, mis supuestos ronquidos en asma, las manos frías en un problema circulatorio, los sudores nocturnos, tuberculosis, las piernas moradas escondían uno o varios trombos, el dolor de cabeza anunciaba un ictus, una diarrea alertaba de la enfermedad de crohn, los gases me dieron embarazo y el Instagram de Selena Gómez, lupus. La resaca, cirrosis y un posible ingreso en una clínica de desintoxicación por mis problemas con el alcohol, y el picor genital advertía de un papiloma avanzado con cáncergonorreasida.

El doctor Google es un gran aliado en esto de las conclusiones diagnósticas y mis valoraciones médicas están siempre basadas en positivos criterios de búsqueda como “el hormigueo y la esclerosis lateral”, “primeros síntomas del embarazo”, o “cómo detectar un infarto cerebral a tiempo”.

Además, los hipocondriacos somos muy envidiosos y la enfermedad ajena, nuestra obsesión. Por eso, cada vez que a alguien conocido le da por enfermarse o directamente morir me jode la vida durante unas cuantas semanas.

La hipocondría también se retroalimenta. Cuando una persona que cree que va a morir se junta con otra que está también convencida de su inminente defunción se teje la red del mal por la que transitan y se comparten todos esos síntomas perversos con los que cavar juntos la tumba.

Jamás le digas a un hipocondríaco que tiene mala cara o relaciones sus síntomas con algo MORTAL. Porque eso es algo que nunca le dirías a un moribundo, y todo el mundo sabe que el hipocondríaco se ve a sí mismo con un pie dentro del nicho. Después de decirle a una conocida que estaba viviendo un periodo de ansiedad importante me dijo que tuviese cuidado, porque a ella le dio una angina de pecho durante un episodio de ansiedad. ¿Una angina? ¿De verdad? ¿Me voy a provocar una angina por la ansiedad? Llevo horas con un dolor agudo en el pecho y mientras todo el mundo a mi alrededor parece hacerle gracia ya verás tú cómo van a llorar el día que acierte.

Mis mil maneras de morir no terminan en mi buena-mala salud. Tal es el miedo a la muerte que mi aprensión llega a la hora de coger aviones, pasear por lugares transitados en donde se puedan esconder varios terroristas suicidas, o permanecer en sitios cerrados sin haber comprobado la ubicación de los extintores y las salidas de emergencia.

Alucino con esa gente irresponsable capaz de vivir al límite. La gente que va al cine y se sienta en la fila del medio. Las personas que se montan en un avión y se queda dormida incluso antes del despegue, ignorando que su vida podría acabarse en cuestión de minutos. La gente que cruza en rojo mirando el teléfono móvil. Aquellos que se meten en el agua sin haber dejado pasar dos horas para la digestión. Y los peores, los que follan sin condón en la primera cita.

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