Opinión

Nadie quería ser la Spice deportista

EL 8 DE JULIO DE 1996 se lanzaba en Europa y Oceanía el que fue, y sigue siendo, el single más vendido de un grupo de música femenino en todo el mundo. Era el Wanabbe, de las Spice Girls. La canción consiguió mantenerse 7 semanas en el número 1 de la lista de mejores singles de Reino Unido y durante otras cuatro encabezó el Billboard Hot 100 de los Estados Unidos. A finales de 1996, el tema ya había alcanzado el número uno en 22 países, 31, en marzo de 1997. Se había producido el mayor éxito jamás alcanzado por un grupo de chicas. Hoy, el tema del "aseiaguanabonguanabilibonbon" cumple 20 añazos. 

Wannabe es una canción de pop sencilla, pegadiza, con bases de hip hop, cuya letra habla de la amistad entre chicas y la prioriza sobre el amor de pareja. "“Si quieres ser mi amante primero tendrás que querer a mis amigas/ haz que dure para siempre/ la amistad nunca termina/ si quieres ser mi amante, tienes que dar/ recibir (llevarte) es demasiado fácil/ pero éste es el camino".” A pesar de etiquetarse como las chicas picantes, lo cierto es que las Spice hacían un pop amable, casi infantil, y apto para todos los públicos. Las Spice Girls se apropiaron de un concepto feminista el “Girl Power” (chicas al poder) y lo pusieron de moda en el mundo entero.

Probablemente mucha gente pagaría por olvidar aquella etapa, pero la spicemanía se coló en todas las aulas de los colegios e institutos españoles como un virus de contagio inmediato. Todas las niñas de los 90 y muchos niños, éramos de las Spice. Recuerdo el día en que fui a la desaparecida tienda de discos Yardley para comprar el VHS de las Spice Girls, que aún conservo. Recuerdo los coleccionables del Súper Pop para hacerse con el álbum de fotos original y firmado (joder, me creía que me habían firmado las fotos DE VERDAD). Y aunque no lo quiera recordar, veo la foto de la excursión a Portugal en Quinto de EGB, donde una pandilla de enanos –chicos y chicas– íbamos uniformados con aquella camiseta barata que vendían en el mercadillo de A Xunqueira. 

Ser de las Spice implicaba identificarte, fusionarte, con una de ellas. En cualquier pandilla de niñas, estaba absolutamente prohibido ser una Spice un día y al día siguiente, otra. Cada una de ellas tenía un pseudónimo, que las niñas escogíamos en función de nuestro carácter, gusto en la vestimenta (madre mía) o aspiraciones vitales. Victoria Adams (ahora Victoria Beckam) era la Posh Spice o Spice Pija, Mel B la Scary Spice o Spice Divertida, Emma Buntom la Baby Spice o Spice Niña, Geri Halliwell la Ginger Spice o Spice Pelirroja (e indudablemente la más recauchutada) y Mel C la Sporty Spice o Spice Deportiva. Yo, no sé por qué, era Geri. Quería vestir como Geri, tener el pelo como Geri, bailar como Geri. Me tomé tan en serio mi papel que calqué su firma para hacerla igual (la que venía en aquellas fotos firmadas del Súper Pop) y mi cabellera sufrió todos y cada uno de los cambios de look de la ex Spice. Con 12 años ya me había teñido el pelo con grandes franjas amarillas a modo de cebra y a los 13, lo tenía completamente naranja. Mi madre había decidido dejar que me quemase el pelo con aguarás si eso era lo que me hacía feliz. Y, sobre todo, la dejaba en paz. 

Pero el reparto de papeles tenía un escollo insalvable: nadie, absolutamente nadie, quería ser la Spice Deportista. Mel C, era, aparte de la menos agraciada, la que peor vestía. La ropa deportiva de los 90, con aquellos chándales con franjas blancas a los lados valía lo mismo para hacer gimnasia en el cole que para ir a pillar heroína al Bao. La ropa deportiva era una obligación, un trance necesario, que una se quitaba en cuanto salía del aula de gimnasia. No había leggins, se usaban camisetas flojas y tenis planos con velcro. Disfrazarse de las Spice era también una de las primeras oportunidades para calzarse unas plataformas y ponerse un sujetador relleno de calcetines. 

Uno de los peores días de mi vida fue cuando, preparando la función de fin de curso, decidimos representar el Wanabbe. Como todo el mundo sabía de antemano, yo era Geri, y sólo Geri. Sin embargo, una niña se me acercó, al borde del llanto, para decirme que ella tenía que ser Geri porque su madre, a la que no veía desde hacia tiempo, venía a verla desde no sé dónde (igual de la cárcel) y se lo había prometido. Aquel inesperado drama familiar me dejó noqueada, fuera de combate, sintiéndome egoísta por tener madre. Y renuncié, no porque quisiese, sino porque tenía ser buena como le había prometido al cura antes de la comunión. Pero la afrenta llegó más allá cuando la misma niña me propuso, como alternativa, ser la Spice Deportista, la única vacante. Maldita zorra. 

Aquel día, esa pequeña manipuladora, me arrebató un trocito de infancia. La función fue un desastre y la música se llegó a cortar. Ella se equivocó varias veces. Mientras, una sonrisa centelleaba desde el público.

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