Opinión

Una vaca

383 SON los días que puede tardar un vaca en gestar un lindo ternerito. Si usted es una persona que necesita atención sanitaria, no se llama Alberto Núñez Feijoó ni Eva Cárdenas, no tiene enchufes ni dineros a doquier, y tampoco construye puertas giratorias en sus ratos libres, tiene la posibilidad de sentirse una auténtica vaca preñada cada vez que visite el Servizo Galego de Saúde. Porque en el Sergas los tiempos de espera no están pensados para el cuidado de los seres humanos, sino para el de las vacas embarazadas. Cuestión de galeguidade, supongo.

El presidente de la Xunta acaba de ser papá. Nuestro máximo representante en Galicia tuvo el detalle de darnos la feliz noticia sobre el perfecto estado del pequeño y de su mamá a través de Twitter, mientras regulaba el aire acondicionado de alguna sala exclusiva de la clínica privada de La Coruña en donde nació el pequeño Albertito. Mientras tanto, miles de ciudadanos colapsaban las urgencias de todos los hospitales públicos gallegos o se peleaban con la Administración para ser atendidos en las formas y tiempos que marca la ley. Una ley, la 12/2013 del 9 de diciembre, de Garantías de Prestacións Sanitarias do Sistema Público de Saúde de Galicia, que fue aprobada con la mayoría absoluta del Partido Popular. Nuestra legislación, ésa, establece los siguientes tiempos máximos de acceso a la atención sanitaria hospitalaria: 60 días para las intervenciones quirúrgicas, 45 en las consultas externas y 45 días en las pruebas diagnósticas y/o terapéuticas. La ley también dice que, teniendo en cuenta estos tiempos como máximos posibles, la situación clínica del paciente, su gravedad, la disminución de su calidad de vida o una oportuna atención temprana para evitar secuelas, se favorecerá siempre una disminución de los mismos.

Desgraciadamente, la Administración incumple su propia ley. Cada día, muchos pacientes se vuelven a sus casas sin ser atendidos. Y unos cuantos más, doloridos, asustados, aburridos o desesperados, se largan a la privada, que es en realidad lo que nos pide nuestro Gobierno cada vez que ponemos un pie en el Sergas. En algunos casos las consecuencias son trágicas. Y cada semana, la prensa informa de personas fallecidas en los pasillos de los hospitales públicos gallegos. La última, una anciana de 92 años. Porque de nada vale la mejor sanidad del mundo si llega tarde.

Pero el Gobierno no hace públicos los tiempos medios de espera de la sanidad, excepto en las intervenciones quirúrgicas. Oficialmente, superan los 80 días, veinte más de lo que marca la ley. La solución que da el Gobierno gallego en estos casos es derivar a los pacientes a los hospitales privados, algo a lo que se niegan muchos enfermos. Sin embargo, llegar a las puertas del quirófano es casi una bicoca. Para la atención con el especialista y las pruebas diagnósticas no hay límites de ningún tipo. Seis meses, nueve. Un año. El embarazo completo de la vaca.

Por eso si usted es un urbanita cansado de la sanidad privada, le gusta el contacto con la gente y está pensando en realizar acciones humanitarias en algún país exótico en donde los seres humanos se agolpan y pelean para ser atendidos en un hospital de campaña, hágame caso, vaya al Clínico de Santiago. No se quede usted solo con la idea del prestigio y el liderazgo en investigación médica. Observe cómo cientos de coches aparcados sobre las aceras obstruyen la circulación y miles de pacientes se arremolinan en la sala de espera de Urgencias como en un capítulo de Walking Dead mientras un amable señor de Admisión recomienda volver a sus casas a los que aún puedan sobrevivir varias horas sin oxígeno artificial. Vaya usted a una consulta con el especialista, disfrute de los cinco meses de espera y muestre su apoyo a esa doctora que hoy verá a setenta pacientes a lo largo de la mañana. Pida cita para Radiología y escuche como el misionero (antes funcionario) le anuncia un tiempo de espera que puede superar el año. Vaya también a poner una reclamación al Servizo de Atención ao Doente y sea comprensivo: abrace a esa mujer que recibe insultos cada día de pacientes y familiares desquiciados que pierden la salud y la alegría rellenando formularios en una sala igual de atestada que cualquier otra.

Escuche a los funcionarios contándole casos de negligencias terribles en niños por una atención tardía. Comparta boli con pacientes oncológicos que cogen un ticket para poner una reclamación entre las sesiones de quimio. Anime a otros a denunciar. Haga que las reclamaciones sean tantas que acaben ocupando estanterías de algún hospital privado de La Coruña, Orense o El Ferrol.

Vuelva a casa sin ser atendido. Relájese. Abrace lo natural. Póngase un vídeo de yoga. Vaya a la parafarmacia. Vuelva al campo. Cómprese una vaca y ordéñala. Y, sobre todo, no se olvide de votar.

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