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Siempre nos quedará Trump

Lo peor que puede pasar con un problema como el cambio climático es que se quede en una disculpa para el postureo

EL ACUERDO de París contra el cambio climático es algo tan importante que, como siempre pasa con lo realmente importante, no habíamos vuelto a oír hablar de él desde que se firmó, en 2015. No interesaba, en especial a quienes se habían comprometido a cumplirlo, que éramos todos. Pero ha sido anunciar Donald Trump que se da el piro, tal y como había anunciado por activa y por pasiva en su campaña electoral, y el resto de países han comenzado a emitir tales niveles de indignación que el agujero de mala leche en la atmósfera es ya casi del tamaño del agujero de ozono.

Es irrebatible que el Acuerdo de París es fundamental para frenar la paliza que le estamos metiendo al planeta, pero solo si se cumple. Tan fundamental como antes fueron otros igual de fundamentales e incumplidos, como el de Kioto. De la vergüenza compartida de no haberle dado ni una oportunidad a ese nació el de París, otro compromiso aplazado que está por ver.

Porque atendiendo a la sobreactuación de muchos gobiernos, parecería que el anuncio de Trump va a suponer de inmediato, para esta misma semana como quien dice, una ristra de hecatombes en forma de tsunamis, recolocación acelerada de placas tectónicas y enormes nubes de contaminación que taparán el sol. Y a lo mejor sí, con los siglos, pero no será por lo que ha hecho Trump esta semana. O no solo por eso.


Con tanta indignación, el agujero de mala leche en la atmósfera es ya casi del tamaño del agujero de ozono


Lo que se acordó en París, recordemos, fue, a grandes rasgos y con efectos en diferido, un compromiso por el cada uno de los 195 países firmantes elaboraría un plan para reducir sus emisiones, a aplicar a partir de 2020 y con el objetivo común de que en el año 2100 el aumento de la temperatura media mundial no superase en más de dos grados los niveles preindustriales. Dado que EE.UU. es un gran emisor, asumió un compromiso en consonancia: recortar el 21 por ciento de sus emisiones.

Hasta ahí, la letra. La realidad es que a estas alturas prácticamente ninguno de los países firmantes ha presentado sus planes y que muchos, como España, incluso han dado pasos atrás desde entonces en sus políticas energéticas. Así que golpes de pecho, los justos.

Lo peor que nos puede pasar a todos con un problema tan grave e inaplazable como este es que todos lo aprovechen como disculpa para el postureo, que parece que es lo que está pasando. Porque da la sensación de que ni el anuncio de Donald Trump ni la impostada reacción de otros líderes políticos tengan mucho que ver con las emisiones de gases, sino con las emisiones de televisión para consumo interno en cada país.

Al menos Trump en esto no se ha molestado en disimular. En su discurso para anunciar la retirada de EE.UU. del acuerdo no se molestó en plantear ni un solo argumento, científico o acientífico, sobre el cambio climático. "Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París... El acuerdo atenaza a EE.UU. para obtener el aprecio de capitales", alegó, para acabar preguntándose "¿en qué punto empezaron a reírse de nosotros como nación?". Después de una serie de reveses importantes en la Casa Blanca y ante la imposibilidad de sacar adelante muchos de sus planes más cacareados, aprovechó este asunto para darse un respiro y de paso echar carnaza a sus seguidores, que por algo le habrán votado.

Pero hasta él es consciente de que, siendo esta decisión una enorme estupidez, sus efectos pueden ser mucho más limitados de lo que algunos nos quieren hacer creer, probablemente para sacudirse su propia responsabilidad. Como ya se ha visto, las grandes empresas estadounidenses, incluidas petroleras, han tardado poco en desmarcarse de la decisión de su presidente. Y no por amor al planeta, sino por puro interés económico, conscientes de que después de lo ya invertido en el desarrollo de nuevas tecnologías energéticas quedarse fuera de la carrera sería una locura. Y no olvidemos que son en última instancia las empresas, las de todo el mundo, las que tendrán que asumir los recortes de emisiones.

Tratándose además de una salida reversible, pues el próximo presidente de EE.UU puede decidir del mismo modo volver a sumarse al acuerdo, los científicos ya han calculado que en el peor de los casos supondría un aporte no previsto de 3.000 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, lo que significa a final de siglo un aumento de 0,3 grados celsius, un porcentaje significativo pero de ninguna manera catastrófico. De hecho, solo con que se pongan un poquito las pilas China, India y la Unión Europea el desfase quedaría más que compensado.

En lugar de aprovechar cualquier sandez de Trump para hacernos los dignos, quizás sería mejor aprovecharla para dejarnos de excusas de malos pagadores y afrontar nuestras propias responsabilidades. Los malos humos que nos deben preocupar ahora no son los de este cretino incontrolable, sino los que lnosotros prometimos no emitir en París. También sería mala suerte que el único político dispuesto a cumplir sus promesas sea Trump.

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