Opinión

La política, el arte de decidir

MUCHAS HAN sido las definiciones que se han dado de la política. Entre ellas, pueden citarse, "el arte de buen gobierno", de los pensadores clásicos; el arte de "hacer posible lo que es necesario", de Charles Maurras o "la aspiración al ejercicio del poder", de Max Weber; pero la más ajustada a la realidad es la formulada por Maquiavelo como "el arte de decidir", pues no cabe duda que "decidir" es la médula y la razón de ser del político. Que el político tenga la capacidad de decidir quiere decir que sea decidido y no tímido, tibio, pusilánime o indeciso.

Por otra parte, decidir es una actitud personalísima e indelegable, que no puede eludirse ni traspasarse a otra persona. Por eso, se habla de la "soledad" del político, cuando tiene que adoptar una decisión de gran responsabilidad y trascendencia.

Admitiendo todo lo anterior, el político no puede rehusar su principal obligación de decidir y no permanecer inactivo o indiferente ante la problemática y necesidades de la sociedad. A este respecto, es aleccionador el pensamiento del filósofo judío cordobés del siglo XII Maimónides, cuando sostiene que "el riesgo de una decisión incorrecta es preferible al error de una indecisión".

Y todavía es más elocuente el antes citado Maquiavelo, cuando considera que "no hacer nada, mostrarse pasivo es también hacer algo: normalmente, darle ventaja a tu enemigo". Fiel a ese pensamiento, afirma que "no es aconsejable mantenerse neutral e intentar ganar tiempo a toda costa, sino que la política es un arte de acción y determinación". Por esto, discrepa abiertamente de que la mejor alternativa sea "dilatar en el tiempo las decisiones para esperar unas circunstancias más favorable, en la esperanza de que la situación se resuelva por sí sola y de forma propicia".

Confirmado lo anterior, concluye Maquiavelo que "hay que tomar decisiones rápidas y, una vez tomadas, hay que ser firme en su aplicación".

Si las decisiones se toman a medias, son ineficaces y, normalmente, de resultado incierto o negativo; pero si una vez tomadas no se cumplen, carecen de efecto, lo que equivale a no haberse adoptado, con el consiguiente descrédito para el que las propuso o anunció.

En conclusión, diremos que en la vida política se juzga a los políticos, más por sus decisiones que por sus reflexiones o promesas, es decir, más por lo que hacen que por lo que prometen o piensan hacer.

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