Opinión

Ser y parecer de los políticos

ES UN HECHO empíricamente comprobado y comprobable que el ser humano sólo es conocido a través de sus actos. Si las personas viven recluidas en su individualidad, es imposible conocer y valorar sus cualidades, aptitudes y capacidad. Socialmente no cabe el ''ser en sí'' sino el ''ser con los demás o para los demás''.

El hombre, como dice Ortega, no vive, sino que convive; no es el yo sino el nosotros. Por ello, lo importante no es saber cómo somos sino saber cómo nos ven los demás, es decir, cómo nos juzgan y valoran; qué juicio y criterio tienen y se forman de nosotros. Esto no quiere decir que le demos más valor a la apariencia que a la realidad. Es sencillamente que en la práctica somos lo que los demás piensan y dicen de nosotros, pues como reza un viejo aforismo, «pocos ven lo que somos pero todos ven lo que aparentamos», aunque, a veces, las apariencias engañan.

El ser se manifiesta a través de su conducta y comportamiento. No basta ser persona; hay que tener personalidad. No basta ser hombre; hay que tener humanidad. En definitiva, el ser se manifiesta a través de su manera de ser y ésta es la que lo distingue y define.

Si bien es cierto que nadie da lo que no tiene, para saber lo que uno tiene y poder valorarlo, es necesario conocer sus obras pues ''por ellas los conoceréis''.

Cuando el ser y el parecer se corresponden y el pensamiento y la acción coinciden, no existe hipocresía ni impostura. Por eso, al político se le exige que cuide su imagen para que sea espejo en el que se puedan mirar los ciudadanos.

El político debe ser fiel a sí mismo para poder serlo a los demás. Debe rubricar con sus obras lo que proclame con sus palabras. En esto consiste la autenticidad, es decir, cuando la obra es original del autor y no una copia o sucedáneo.

Debe subrayarse que el político, por ser hombre público y actuar cara al público, debe huir de las apariencias y actuar con coherencia, transparencia e integridad, sobre todo, si tiene responsabilidades de gobierno.

En relación con este tema, del ser y el parecer, la historia nos ofrece dos ejemplos elocuentes y enormemente representativos. El primero lo protagonizó el emperador Julio César, divorciándose de su esposa Pompeya, por ser honesta y no parecerlo y el segundo, el emperador Claudio, que condenó a muerte a su esposa Mesalina por no ser honrada y parecerlo. De ahí la frase de Julio César que pasó a la posteridad transmitida por Plutarco, según la cual, ''la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo''.

En una palabra, el político no debe ni asaltar el cielo, como dice Pablo Iglesias, ni contemplar el paso de las nubes, como pensaba Rodríguez Zapatero, y sí, en cambio, debe mirarse al espejo como le aconsejan a Mariano Rajoy. Si el político no se reconoce a sí mismo, difícilmente puede transmitir a los demás la verdadera imagen de su personalidad.

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