Opinión

La otra banca, con los pies en la tierra

HA TRANSCURRIDO algo más de una década desde que se inició el proceso de severa reestructuración financiera al que se vio abocado el sistema bancario español por culpa de las hipotecas basura norteamericanas y la gran recesión. La única entidad cien por cien gallega que subsiste —y que hasta crece— es una cooperativa de crédito con raíces en Lugo pero que ahora opera ya en toda Galicia. A pesar de la pandemia, sus beneficios crecieron el año pasado un 4 por ciento, hasta los 5,7 millones de euros. Se trata de una rentabilidad muy considerable para una red de tan solo 47 oficinas atendidas por 155 empleados. Además con un índice de solvencia envidiable, según los expertos. Su propia denominación lo dice todo: Caixa Rural Galega. Una declaración de principios que comporta un inequívoco compromiso de país, que no está socialmente todo lo valorado que debiera.

En la ola expansiva de las cajas de ahorro, allá por los años ochenta, Lugo fue la única provincia gallega que logró preservar una caja rural propia; el resto fueron absorbidas por sus ‘hermanas mayores’. El mérito de resistir le cabe a sus dirigentes de entonces y en especial al recordado José María Pardo Montero, un abogado, político y gestor tan hábil como prudente. La suya fue una apuesta clara por preservar el espíritu cooperativo y centrarse en recibir y prestar dinero, en la intermediación financiera, renunciando a las aventuras especulativas en las que, emulando a los bancos, se embarcaron la mayoría de cajas con un resultado que a la vista está. Sin levantar los pies de la tierra en que nació, la Caixa Rural de Lugo se transformó en Galega. Y ahí sigue, fiel a sus objetivos fundacionales.

La Caixa Rural no es una sociedad anónima, como el resto de la banca. No tiene accionistas para los que crear valor y generar dividendos. Sus directivos no están urgidos por la necesidad de dar beneficios. Como cooperativa de crédito, es propiedad de los socios cooperativistas, en la actualidad sobre un millar. Servir a sus necesidades financieras y a las de terceros es la razón de ser de este tipo de entidades que, en el caso concreto de las cajas rurales, nacen de una o varias cooperativas agrarias y por tanto orientan una parte sustancial de su actividad al sector primario. Ese origen es lo que las liga estrechamente al territorio, al terruño, donde hunden sus raíces, sin por ello descuidar una potencial clientela urbana, al menos en el caso de Galicia, seguramente vinculada a la aldea propia o a la de sus mayores.

En su día, para marcar territorio frente a los bancos, las cajas de ahorro popularizaron aquello del interés más desinteresado. Lo suyo no era ganar dinero, sino prestarlo a quienes lo necesitan para sus proyectos empresariales o personales. Después pasó lo que pasó. A día de hoy apenas unas cuantas minicajas y las cooperativas de crédito siguen haciendo honor a ese lema. Además, las fusiones y absorciones y el consiguiente cierre de oficinas ha sumido en la exclusión financiera a muchos miles de gallegos. Por ello sería de interés no solo para esa otra Galicia que la Caixa Rural sobreviviese a una eventual nueva ola de reestructuración bancaria, y que siguiera creciendo, que hubiera más cooperativas de crédito y que incluso la banca ética ganase espacio. Porque se beneficiaría mucha gente Y sin menoscabo de la sana competencia, naturalmente.

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