Opinión

El BNG se sale con la suya

Con solo dos diputados, los nacionalistas condicionan el gobierno de Campos y aumentan su poder en la provincia

Con solo dos diputados, de los 25 de la corporación provincial; con solo 86 concejales de los más de 700 que hay en Lugo, con solo 3 alcaldes de los 67 y con poco más de 31.000 votos de los más de 225.000 emitidos en las últimas elecciones municipales, el BNG es un partido minoritario en el panorama político lucense, pero, a la chita callando, ha conseguido condicionar el gobierno del socialista Darío Campos en el palacio de San Marcos, excluyendo al alcalde de Becerreá, Manuel Martínez, y ha logrado aumentar de forma notable el poder que tenía en la Diputación.

Para empezar, los nacionalistas fueron los que iniciaron el huracán tropical que hizo temblar los muros de la Casa Grande, vetando al becerrense como presidente de la Diputación por estar imputado, a pesar de que habían gobernado con él en las mismas condiciones durante mucho tiempo y parecía no importarles o, si lo hacía, lo disimulaban la mar de bien.

No querían a Martínez porque se lo prohibía su ‘sagrado’ código ético, pero también porque se convirtió en un elemento de presión en las negociaciones de ámbito autonómico para acordar los gobiernos de las diputaciones gallegas, en las que incluso, pese a ser minoritario, el BNG pretendía quedarse con la presidencia de A Coruña, entre otras ligerezas.

En cualquier caso, la disculpa fue el tan traído y llevado código ético nacionalista, una normativa que se está demostrando que es realmente flexible y que establece que no aceptarán imputados en los gobiernos que presiden o en los que cogobiernan, pero, sin embargo, admite a ese mismo tipo de señores investigados por la justicia en ayuntamientos como Vimianzo y en el caso de Lugo no impide que en la junta provincial de gobierno esté otro imputado, Lino Rodríguez Ónega, el alcalde de Pol.

Al margen de que el código ético fuese la disculpa empleada para vetar a Martínez, lo cierto es que fue su primer éxito, porque consiguieron que el secretario general del PSdeG, José Ramón Gómez Besteiro, dejase plantado al candidato oficial a presidir la Diputación y lo sustituyese, con nocturnidad y alevosía, por Darío Campos. Los nacionalistas se salieron con la suya, pero provocaron un terremoto de tal intensidad que el enfado de Martínez llevó a la popular Elena Candia a presidir la Diputación.

Después, comenzó la época del silencio, en la que el BNG era una auténtica tumba. Antonio Veiga no abrió la boca en tres meses y Xosé Ferreiro lo hizo para salir del paso, pero daba la sensación de que todavía no habían asimilado que ellos mismos eran los principales causantes de la pérdida de uno los pocos feudos que les quedaron tras la debacle de las municipales.

Con la firma del pacto con los socialistas para presentar la moción de censura y renovar el gobierno bipartito, con Manuel Martínez incluido en principio, los nacionalistas iniciaron otra fase de su estrategia para deshacerse del becerrense, al que un sector del partido ve casi como al demonio personificado de la heterodoxia. De forma premeditada o improvisada (no se sabe a ciencia cierta, porque en este culebrón político que no cesa nada es descartable), el portavoz nacional del BNG, Xavier Vence, se presentó en Lugo a comer el pulpo y soltó el órdago, aparentemente ante la insistencia de la prensa, de que en la junta de gobierno no podía haber imputados porque así lo establecía el códico ético. Otra exigencia posiblemente ya pactada por las cúpulas gallegas de los nacionalistas y socialistas que, en principio, pareció sorprender a Campos pero, viendo los acontecimientos, el presidente de la Diputación ya conocía antes de firmar con Martínez el acuerdo que permitió la moción de censura. Al final, el alcalde de Becerreá quedó fuera del órgano de gobierno, como reclamaba el BNG con la aquiescencia del PSOE, pero entró otro imputado, el alcalde de Pol, implicado en un asunto aparentemente más complejo que el de Martínez, con registro de la casa consistorial incluido. Y, entonces, se trató de justificar lo injustificable, porque el código ético, aunque elástico tiene un límite, y Vence tuvo que admitir lo evidente: «Hai imputados e imputados», que en la práctica viene a decir que se aplica el código de una forma poco ética, que es sencillamente: según convenga.

Los nacionalistas consiguieron finalmente su objetivo de apartar a Martínez, alimentados primero por una aparente dignidad de no mezclarse con imputados y después por una inquina personal contra el becerrense, pero la victoria puede acabar volviéndose contra ellos, porque el aún diputado del grupo socialista ha tomado la decisión de que, si su voto solo les sirve para llegar al poder y no para gobernar con él, tampoco se lo va a conceder para ninguna otra cuestión.

El otro aspecto en el que el BNG salió ganando fue en el poder que ejerce en esta renovación del bipartito. Los nacionalistas repiten, como desde 2007, en las áreas de cultura y deportes, pero ahora, además de la dirección del Centrad, han conseguido una de las estrellas de la entidad, la de cooperación con los ayuntamientos. Este departamento fue creado por Gómez Besteiro en su primer mandato como una de las grandes innovaciones y fue dirigido siempre por hombres fuertes de los socialistas, como Antonio Gato, primero, y después el propio Álvaro Santos.

Pero, al margen del aspecto meramente simbólico que supone ceder el control de un departamento como este, cooperación con los ayuntamientos tiene uno de los presupuestos más elevados, porque, en teoría, gestiona la única competencia oficial que tiene la entidad provincial, la ayuda a los concellos más pequeños para que puedan prestar los servicios que precisan los ciudadanos.

En manos de su responsable quedan cuestiones de tanto peso político como la firma de los convenios para la financiación de proyectos que los organismos locales, por sí solos, no tienen capacidad de llevar a cabo. Por lo tanto, Antonio Veiga, que es el nuevo responsable, tiene el poder que otorga el control sobre el reparto del maná que, durante los últimos años de bipartito, ha beneficiado y seguirá haciéndolo ahora a los concellos nacionalistas y socialistas.

El BNG se ha salido con la suya, con el beneplácito encubierto de sus socios socialistas -que en el fondo fueron los que recurrieron al engaño para convencer a Martínez de que apoyase la moción de censura- y han visto incrementado su poder real, con más millones que antes para repartir a discreción. Pero, también, han generado una situación complicada en la corporación, con un diputado que les ha declarado la guerra y en torno al que, además, comienzan a surgir otras voces discrepantes en el PSOE que ven como el partido está cediendo gratuitamente a las imposiciones de los nacionalistas.

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