Opinión

Buenos, malos, tramposos y tontos

QUE ESTA campaña no iba a ser como las otras, estaba claro. No han cambiado los programas ni, casi, los candidatos ni los partidos han modificado sus comportamientos o sus vetos. Podríamos decir que no han escuchado para nada la voz de los ciudadanos, por más que todos se harten de aclararnos lo que queremos los votantes. Si lo saben o lo intuyen, mienten. Si lo desconocen, es pura incompetencia. Siguen a lo mismo: mantener o alcanzar el poder por cualquier camino y disfrazando lo que sea necesario. Sobre todo las ideas.

En esta campaña hemos dado marcha atrás, además, en algunas cosas. Los mensajes no hablan de "programa, programa, programa" sino de una apelación permanente al "voto útil" y al voto "contra". Útil para ellos, no necesariamente para nosotros. Y contra todos los demás. Nadie está por el acuerdo sino por el veto. "Un punto más para nosotros", dice Ciudadanos, "significa 10 o 15 escaños más, que pueden ser decisivos para obligar a formar un gobierno al PP o al PSOE". El PSOE y Unidos Podemos reclaman el voto útil, aunque en opuesto sentido, porque unos y otros saben que sólo tendrán una posibilidad real de gobernar si acaban con el adversario. Y el PP recurre a la división entre "buenos y malos". Como en el cole, los buenos somos nosotros y nuestros amigos y los malos todos los demás. Rajoy apela a eso que decía Jorge Cafrune: "amigos y nada más, el resto la selva". El problema es que Rajoy no tiene amigos en el Parlamento, sólo cuenta con los suyos y éstos solos no son suficientes para ganar. Por eso habla ya de unas terceras elecciones, que, aunque legales, serían la constatación del fracaso del sistema.

Como en el colegio, hay quien hace trampas. Con las notas -casi todos engañan con los datos que enseñan en la tele o en los debates- o con cosas más serias, como el fraude del empleo en Andalucía o la corrupción en Madrid, en Valencia o en Cataluña, de la que por cierto ya no habla nadie, Pujol mediante. La grabación de una conversación del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz en su despacho con el jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña, aunque sea de hace dos años, y su divulgación exactamente demuestra que el Ministerio del Interior es el lugar menos seguro de España porque hasta al ministro le graban conversaciones en su despacho (imaginen cómo se guardan allí los secretos de Estado). Y dos, que no se pueden utilizar los cargos públicos para intereses de partido. Y que si se hace hay que dar las explicaciones pertinentes o dejar el cargo. No sé si es peor la trampa, el espionaje o la incompetencia permitida.

Tiene razón Albert Rivera cuando propone que el 27 de junio por la mañana, una vez conocidos los resultados, deberían sentarse en torno a una mesa los cuatro partidos con posibilidades de estar en el Gobierno y no deberían levantarse hasta llegar a un acuerdo. Eso, como muchas otras cosas, ya lo inventó la Iglesia hace mucho. Reunión de pastores, puertas cerradas y hasta que no haya fumata blanca no se sale.

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