Opinión

Servicios prestados

LOS CONSELLEIROS que tomaron posesión ayer -el Gobierno que preside Alberto Núñez Feijóo- no pueden vivir de los servicios prestados. Con un pragmatismo de gestor que ha de rendir cuentas, se lo recordó ayer el propio presidente al darles posesión: «Grazas polos servizos prestados, pero xa non valen para nada». La gestión del pasado cumplió como presentación de balance para pedir la aprobación y confianza en la junta general de las elecciones. No hay duda en la respuesta en Galicia. En la misma situación de arranque de nueva etapa, de hacer nuevos deberes, se encuentra el Gobierno de Rajoy. En este caso, al contrario que en Galicia, no obtuvo la confianza de la mayoría del electorado. Cabría deducir con este dato electoral, y a sumar los problemas que hubo para la investidura y las necesidades de generar mayorías para empezar por los Presupuetos, que la tentación de mirar hacia atrás sería la justa. Sin embargo parece que la presencia de los «servicios prestados», sobre todo en política económica, para la que no hay resquicio para la autocrítica, continúa en La Moncloa como gran argumento para asentar el presente.

Soberbia del despacho

La pelea por un despacho de tamaño e imagen que se corresponda al poderío que uno se imagina de sí mismo no es un tópico de burócratas en la función pública o privada. El despacho como símbolo, aspiración o motivo de frustración es una realidad que no diferencia de ideologías. Al BNG le ha sentado mal que En Marea le vaya a dejar en el Parlamento sin el local que durante varias legislaturas vino ocupando en el Pazo do Hórreo. Es una forma simbólica de desplazar o de llegar con «soberbia», calificativo que le aplicó Ana Pontón al comportamiento de los que serán nuevos ocupantes.

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