Opinión

Ahí vienen las peñas

AHORA MISMO el toro que está pastando alegremente por un campo verde bajo un cielo azul claro no se imagina la que está a punto de venirle encima. Como un gladiador romano lo trasladarán al coliseo para batirse en la arena ante la ebria mirada de miles de plebeyos. La ciudad será tomada por hordas de adultos y jóvenes que de manera abrumadora acamparán en las plazas y en las calles al ritmo de “paquito el chocolatero” mientras brindan con vino agrio y calimocho bajo el sol abrasador de Agosto. Recuerdo que en la adolescencia la conversación más recurrente durante estos días era la camiseta de peñas. Intensos debates sobre cual debería ser su diseño, su color, su mensaje. Nunca fuimos a la plaza de toros a pesar de que las peñas eran taurinas. A veces nos gustaba definirnos como peña antitaurina que era una manera de participar en la fiesta pero conservando una cierta ética animalista aunque no le hacíamos ascos a un buen bocadillo de jamón asado bien entrada la madrugada, lo cual simbolizaba una profunda contradicción ya que sino le deseas la muerte a un toro tampoco se la desearías a un cerdo. El tiempo pasa y a pesar del ocio que impera durante estos días en los mentideros de la urbe lo cierto es que comienza a estresar tanta gente y tanto exceso. Más que las fiestas taurinas parecen las fiestas de Baco, dios del vino. No voy a hacer aquí apología ni en defensa de los toros ni en contra, cada cual que disfrute a su manera y según su conciencia. Únicamente me gustaría una muerte digna para el toro. Nadie tiene derecho a sufrir. Ni siquiera un animal. Desde hace años prefiero alejarme bien lejos del bullicio y tumbarme sobre la arena para contar nubes blancas de algodón que vuelan sobre el mar, a veces una se deshace y cae sobre mi mano en forma de polvo de azúcar.  

La tauromaquia es muy antigua, muy española y lleva un componente sombrío que puede apreciarse en las pinturas de Goya. Esa pretendida lucha entre el hombre y animal, entre el bien y el mal, el torero representando al ser humano que lucha contra el toro que simboliza al demonio es una lucha desigual. La plaza de toros es el coliseo, igual que los estadios de fútbol. Nada ha cambiado desde Roma. Seguimos siendo los mismos plebeyos que eligen a sus corruptos senadores quienes enseñan una rama de olivo al pueblo mientras esconden en su toga blanca una moneda de oro bajo la atenta y sonriente mirada del emperador. Pan y circo.

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