Opinión

Árboles para Galicia

CIRCULA ESTOS días por las redes una curiosa carta a Papa Noel escrita por una niña aragonesa de seis años que, además de una tablet y muñecas, pedirá esta Navidad árboles para Galicia. He visto olas de solidaridad, de personas empeñadas en impulsar una marea verde hacia nuestros montes para borrar la ceniza del horizonte gallego a soplidos. Y en los últimos días hemos recibido llamadas desde diferentes ciudades de voluntarios dispuestos a ayudar sin saber cómo al tiempo que expertos en el suelo advertían del riesgo de pisar las zonas devastadas por la erosión. Que el suelo tiene una herida en carne viva y hay que esperar a que cicatrice, un poco al menos. "Que vaian ao monte a limpar as leiras dos seus pais e avós", dijo una voz que se ha pasado la última semana recogiendo las historias de vecinos que han visto a las llamas devorar absolutamente toda su vida: sus casa, jardines, recuerdos, herencias.... Y hasta su cepillo de dientes.

La camisa de Darío está poblada de osos, conejos y ardillas. Con solo dos añitos sabe que su papá tiene la importante tarea de vigilar los montes y de cuidar de los bosques. Ha apagado incendios con sus manos, que se ha enfrentado en más de una ocasión al infierno, y conoce los senderos preferidos de aves rapaces, la pita do monte o del oso que hace poco cruzó desde Asturias, que vigila los movimientos de las manadas de jabalíes, o del temido lobo, ahora llora por dentro cada vez que vuelve a los Ancares, reserva de la biosfera que ya no copa portadas, y ve las cicatrices que comparten por el fuego. Cuentan que estos caminan por los senderos que llevan a las aldeas asoladas por el fuego con el corazón encogido, como esa Ruta por la tristeza que describía en estas páginas Marta Balo en la revista del sábado. Sus palabras todavía huelen a humo.

He visto las lágrimas de mi niño de cinco años, que no podía dormir pensando en todos esos animales que viven en los árboles. "¿Qué les va a pasar?", me preguntó de nuevo el lunes. Y los ojos también llorosos de los pequeños que acuden a la Hípica de Ponte Caldelas a untar crema en la piel quemada de yeguas como Dulcinea. Pero también me he topado en pleno centro con un rincón dedicado a los bosques, justo en el escaparate de una librería de Pontevedra que reivindica desde los cuentos el amor hacia la naturaleza que todavía conservamos y todos los seres fantásticos que habitan el mundo forestal.

Dicen que además del olor de los primeros días, lo que más impacta es el silencio. No se escucha a los pájaros en As Neves. Ni el crujir de las hojas en otoño al paso de una liebre o un ratón de campo. Los montes han enmudecido. El Xurés, se ha hartado de arder. Y Ourense, interior y verde, ostenta el desgraciado honor de ser la provincia que acoge uno de cada diez incendios que se producen en España. Investigadores alemanes han advertido que los insectos se mueren y a este paso en Europa habrá desaparecido el 80 por ciento de ellos en 2050, y en el mismo año, si no ponemos remedio habrá más plásticos que peces en el océano.

No sé a qué esperamos para reaccionar. Para entender que el medio ambiente es una prioridad. Que debemos proteger el mar de la contaminación, y los campos de pesticidas e incendios, y el aire que respiramos y el agua que bebemos. Y que la fuerza de esa marea verde y solidaria que ahora nos acecha, nos salga de dentro y llegue para quedarse, y garantizar a nuestros hijos un futuro con árboles. Que no tengan que pedirlos en una carta a Papá Noel.

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