Opinión

Bailar pegados

LLEVO MÁS de dos años escribiendo, todos los sábados, un artículo sobre lo que se me ocurre. Aquello que considero que puede tener interés o que, al compartirlo, llega a aportar algo a quien lo lee. Por primera vez en tanto tiempo, me pongo ante el ordenador sin saber que voy a contar en quinientas palabras , que son las que me corresponden.

Estoy en ese momento crisis, en el que te planteas que el talento -si lo tuviera- tiene límites. No sé si es desgaste mental, emocional o la saturación por todo lo que nos ocupa mediáticamente, de manera más intensa, en las últimas semanas, pero me sitúo ante la pantalla en blanco desconociendo hacia dónde me llevará lo que empiezo a verbalizar.

Amalia Enríquez y Sergio DalmaSobre política nunca escribo. Lo dejo para los que entienden, si es que alguno llega a comprender lo que está sucediendo. Desde hace semanas, al margen de tener la sensación de que estamos estancados en el tiempo y que no avanzamos por muchas medidas que se anuncien, poner el informativo es para que te entren ganas de llorar. Extraña es la noticia que despierta esperanza . En unos días hemos pasado de Cataluña a los terribles incendios y, entre medias, los abusos sexuales de uno de los productores más influyentes de Hollywood y, ahora, también parece que hay casos en nuestro cine.

Cuando me encuentro en una encrucijada como esta, en la que ánimo corre el riesgo de que sea invadido por ese espíritu negativo que impera en el ambiente, intento abstraerme con aquello que tiene mis pies atornillados al suelo, que me hace tocar la realidad, pero que me permite imaginar que todo es transitorio o que, incluso, ha podido ser un mal sueño del que necesito despertar.

He hablado mucho estos días con amigos catalanes. Son lo mejor que me queda de toda esta locura. Me preocupa su tranquilidad de ánimo, que no la tienen. Me cuentan que es tal el desgarro social, que está provocando todo esto, que han dejado de reunirse con sus familias para evitar discusiones y que han conocido casos de separaciones matrimoniales por divergencias irreconciliables, generadas por lo que estamos viviendo. Temen las próximas fiestas navideñas porque el encuentro con la familia puede acabar con la tranquilidad de sus miembros.

La casualidad profesional me llevó a encontrarme, en uno de los muchos días críticos por los que hemos pasado, con Sergio Dalma. Amigo desde hace unos 25 años, es un catalán practicante que vive en Madrid desde hace muchos años, donde se siente bien tratado, querido, respetado. Está triste y preocupado por todo lo que está pasando. No siente el rechazo social por sus orígenes, pero tampoco es inmune a la incertidumbre del qué pasará si no se llega a una solución.

Estos días está de promoción con su nuevo trabajo, Via Dalma III. Sus fans son incondicionales y, con el paso del tiempo, "esas chicas mías" de los orígenes acuden ahora a los conciertos con sus hijas. Con un destino un tanto incierto, no es mala aventura abandonarnos, una vez más, a bailar pegados...

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