Opinión

Caballero II (rebelde)

EL TÍO y el sobrino van a tener que perfeccionar su asombrosa habilidad de saludarse con un apretón de manos mientras son capaces de no mirarse. Parece increíble, pero lo hacen. El año pasado, en el mitin central de las autonómicas, un dirigente del socialismo vigués me recomendó situarme estratégicamente para observar el morboso encuentro entre el alcalde Abel Caballero y el candidato número cinco por Pontevedra, su sobrino Gonzalo, incluido en con calzador desde Madrid pese a la oposición de su pariente.

Y el espectáculo valió a pena. Era como si el tío y el sobrino, en una reminiscencia de su pasado como padre postizo e hijo putativo, estuviesen sincronizados. Y es que todo indica que su antagonismo procede de que en el fondo son tal para cual, inteligentes, audaces, carismáticos a su manera y rebosantes de un considerable amor por sí mismos.

Aunque fuese a la sombra de la conexión entre Francisco Vázquez y Alfonso Guerra, Abel consiguió ser el único ministro gallego de Felipe González y desempeñó después un relevante papel en el aparato de la calle Ferraz. Pero su gran hazaña consistió en ser capaz de recuperarse del ridículo de las autonómicas de 1997 para renacer diez años después como el alcalde de Vigo que, contra todo pronóstico inicial, acabó siendo la réplica sureña de su maestro coruñés.

Y Gonzalo coronó ayer una gesta memorable, la del eterno jefe del muy minoritario sector crítico del partido en Galicia que sólo 15 meses después de ni haber reunido las suficientes firmas a fin de presentarse a las primarias para elegir el candidato a la presidencia de la Xunta, logra convertirse en el nuevo secretario general del PSdeG. Se trata del primero desde la caída de Pérez Touriño en 2009 que alcanza ese puesto sin partir de una dirección provincial.

El sobrino ha ganado gracias a su determinación e instinto político y también al desastre de un PSdeG que es un cráter, tras el vaciamiento que supuso la creación de las ejecutivas provinciales que lo han fagocitado y la catástrofe en la que acabaron las etapas de Pachi Vázquez y Besteiro. Gonzalo ha capitalizado el segundo sanchismo, el de la rebelión de las bases, imponiéndose así al primero al de los barones, que apostaron por el muy flojo diputado Juan Díaz Villoslada, a quien no le ha servido ni su condición de en principio favorito de un Sánchez que formalmente se mantuvo neutral.

Entre los barones, el de Pontevedra, el tío Abel, recibe un correctivo colosal, contra el que por lo que parece no ha podido ni combatir, aunque él diga que en realidad no ha querido. El antiguo barón de Lugo, Besteiro, mostró el declive de su poder ausente. Y el de A Coruña, Valentín González Formoso, es el gran derrotado, porque dejó correr su turno para dirigir el PSdeG y optó por un candidato interpuesto, un muñeco, que ha mordido el polvo. Villoslada ha corrido la misma suerte que quienes le antecedieron en el papel de vacía pantalla de los barones o de una parte de ellos, como Elena Espinosa y Méndez Romeu.

Tras su fracaso del año pasado, cuando no pudo concurrir a las primarias, Gonzalo puso las bases para la victoria de ayer. Al quedarse fuera de juego, sumó sus huestes a las de Leiceaga para vencer al protegido de su tío, Romeu.

Y esta vez, tras quedar a gran distancia del sobrino en la recogida de avales, fue Leiceaga quien tiró la toalla a cambio de mantener el liderazgo en el Parlamento, siempre que Gonzalo no consiga entrar en él, para lo que tendría que forzar una muy difícil renuncia de un diputado.

La de los Caballeros se convirtió ayer en la saga más singular de la bastante dinástica política gallega. El PSdeG se ha vuelto a superar a sí mismo, en su empeño en parecerse a una determinada dimensión de Galicia, la de un país con vocación de sucursal madrileña, devorado por las luchas localistas y, también, por los pleitos familiares. Gonzalo es el segundo de su saga, pero no tiene nada que ver con Baltar II. Es Caballero II (rebelde), con un paréntesis como el que llevaba el Partido Comunista de España (reconstituido) para distinguirlo del genuino PCE.

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