Opinión

Efecto invernadero

SIENTO COMO una llamada interior, una especie de punzada (de hecho, podrían ser gases) que me impele a pronunciarme sobre el asunto del cambio climático. En general, cuando uno se ve impelido a hacer algo, lo mejor es llevarlo a cabo. No pregunten por qué: es otra impresión, de esas que se después se convierten en convicción y finalmente en certeza.

En cuanto al tema de los pronunciamientos, es preferible hacerlos desde una columna de prensa que desde un caballo, blandiendo una espada y con un ejército detrás. En España sabemos mucho de esto después de los Riego, Espartero, Serrano, Topete... Entremos, pues, en materia.

En primer lugar habría que dilucidar si hablamos de cambio climático o de calentamiento global. ¿Es lo mismo? Si es así, ¿por qué el cambio de denominación. ¿Están jugando con nosotros?, ¿están jugando con nuestros sentimientos? A servidor no le importa que jueguen con él (incluso medito donar mi cuerpo a la ciencia) pero los sentimientos, ay, eso ya es otra cosa. Los sentimientos no se tocan, miren a los catalanes.

El clima siempre ha estado cambiando, lo que ocurre es que hay datos que hablan de que ahora lo hace más deprisa e intensamente. Las temperaturas aumentan a un ritmo mayor: en los últimos 100 años la media global ha subido 0'76 ºC. En España esa subida ha sido de 1,5 ºC. Desconozco los datos para Catalunya, ni en cuanto quedarían sin el 3 por ciento.

La culpa de este calentamiento la tiene el incremento del efecto invernadero. Este es, en un rango natural, beneficioso, pues esa capa de gases que produce la actividad humana permite un cómoda temperatura media al retener parte del calor del sol que la Tierra devuelve al espacio, como si fuese el tejado de un invernadero. El problema es el aumento en la concentración en la atmósfera de CO2 y otros gases, que es ocasionada sobre todo por el consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) en la producción de energía, en la actividad industrial y el transporte. La tala y quema de bosques tampoco ayuda, precisamente.

La corriente de pensamiento que se opone a la idea de que el cambio climático tiene su origen en la actividad humana ha quedado en los último tiempos retratada como una corriente de pensamiento remunerado. Ha quedado patente la vinculación de la administración Bush (esos que mintieron sobre las armas de destrucción masiva en Irak) con las industrias de la energía. Científicos que negaban el cambio climático habían estado recibiendo financiación de ExxonMobil (una petrolera), el American Petroleum Institute y la Southern Company, una importante consumidora de carbón.

Mientras tanto, el nivel del mar aumentaba, los glaciares perdían superficie, grosor y volumen, las precipitaciones se reducían y se recrudecían las sequías, proliferaban los fenómenos meteorológicos extremos, etc; todo ello evidencia de lo que determinados intereses económicos relacionados con industrias energéticas se empeñaban en negar.

Entre las figuras que se apuntan al negacionismo del calentamiento global descollan Donald Trump y el primo de Rajoy. Del primero, qué le vamos a contar y el segundo, bueno, no consigue salir del anonimato.

La planificación a corto plazo, que domina el ámbito empresarial pero más aún el político (por la transitoriedad de los gobiernos) dificulta sobremanera la toma de decisiones eficaces para combatir el mal. El protocolo de Kyoto, en el marco de la ONU, pretende reducir la emisión de seis gases de efecto invernadero. Fue aprobado en 1997 pero no entró en vigor hasta 2005. Adivinen qué país no lo ha ratificado, yes, EEUU: el mayor emisor de estos gases a escala mundial.

Estoy pensando en hacerme de Greenpeace inmediatamente. Si todos nos hiciésemos de Greenpeace las cosas cambiarían, al menos para Greenpeace.

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