Opinión

El duelo de los idiotas

Batalla del Garellano

A PRINCIPIOS del s. XVI, concretamente en 1503, se celebró en suelo italiano uno de los más famosos duelos medievales. Uno de los contendientes era el famoso caballero francés Pierre du Terrail, conocido como Bayardo por ser propietario del castillo de Bayard. Su contendiente, de igual fama, era el capitán Alonso de Soutomaior, hijo de Pedro Madruga. Alonso combatía a las órdenes del Gran Capitán, Alonso Fernández de Córdoba.

Un buen día, Bayardo hizo prisionero a Soutomaior. Poco después, el caballero gallego fue liberado por su captor tras pagar el rescate acordado. A partir de ahí existen dos versiones: Alonso dijo que Bayardo lo había tratado con desconsideración, mientras Bayardo sostenía que Alonso había recibido el trato que se debía a un caballero. Enterado Bayardo de las acusaciones de Alonso, muy a su pesar, se vio obligado a retarlo a un duelo. El hijo de Madruga tampoco quería batirse, pero el Gran Capitán, que era de Òmnium Cultural, escandalizado ante la actitud de su capitán, le obligó a acudir al combate. Sus compañeros, de la CUP y de ANC también lo empujaban, sosteniendo que el honor que estaba en juego era el de todos los caballeros que tanto habían luchado por la causa.

Por su parte, Bayardo también era jaleado por los suyos, constitucionalistas todos ellos y propietarios de banderas enormes. Bien: llegado el día y la hora, ambos caballeros se presentaron en el campo de batalla. Soutomaior hubiera querido resolverlo todo por la vía del diálogo, desdiciéndose de las injurias dirigidas a su rival, que éste hubiese aceptado de buen grado, pero la cosa había llegado demasiado lejos. De hecho, Bayardo le ofreció la oportunidad de aclarar si los rumores eran ciertos, es decir, si había declarado o no había declarado la independencia. Los suyos no le dejaron. Por su parte, los aliados de Bayardo tampoco hubiesen aceptado ya la disculpa ni la aclaración. Lo empujaban a matar o morir. Ya no era tiempo de hablar. El diálogo no era opción.


Cuando se declare un vencedor, todos habrán perdido


En un gesto de chulería, o de valor mal entendido, Soutomaior levantó la visera de su yelmo, dejando el rostro desprotegido. Bayardo hizo lo propio para no ser menos. Armados ambos con una espada y una daga y cubiertos con cotas de mallas, se lanzaron al combate. Ambos eran poderosos, hermosos y hábiles. La batalla duró apenas unos minutos y finalizó cuando Bayardo, en aplicación del 155, enterró su daga en el ojo de Alonso, hundiéndosela hasta el cráneo, y se autoproclamó Honorable President de Catalunya. Los de Bayardo celebraron la victoria, pero los de Alonso juraron venganza. Pocas semanas después, once caballeros a las órdenes del Gran Capitán promovieron un nuevo combate, retando a otros tantos caballeros del bando enemigo, entre los que se encontraba el propio Bayardo, momento en el que estamos ahora mismo.

Temprano, muy de mañana, los 22 caballeros se encontraron en el campo de batalla y empezaron a luchar. La honra de ambos bandos estaba en juego y los combatientes luchaban por sus vidas y por sus respectivas banderas ante un público envalentonado que jaleaba a unos u otros caballeros. Fueron transcurriendo las horas y los guerreros empezaron a caer uno a uno. Los hombres de Bayardo se redujeron a dos, mientras los del Gran Capitán eran todavía media docena. Según las normas establecidas, la batalla estaba decidida, pero el valeroso Bayardo y su compañero decidieron seguir luchando a pesar de todo. Cuando se hizo de noche, ante la falta de luz, la batalla se dio por suspendida sin que se pudiera declarar un vencedor, quedando el honor de ambos bandos a salvo.

La guerra duró años, como todas las guerras medievales. Tanto el duelo entre Soutomaior y Bayardo como la posterior batalla entre caballeros, muy glosadas entonces, se fueron olvidando con el tiempo y hoy apenas se pueden encontrar en las crónicas de la época que ya no interesan a nadie. Da igual quién ganó aquella guerra. La perdieron los pueblos que no tenían nada que ver con los reyes que las provocaron ni con los caballeros valientes que luchaban por un honor que al campesinado no le importaba en absoluto. Lo único que sabían los campesinos era que tenían que descubrirse ante un caballero y que preferían que ganara su rey para que los ejércitos del rival no quemaran sus granjas y violaran a toda la familia.

Esta guerra, otro duelo estúpido entre gallitos, como todas las guerras, dejará muchas víctimas en uno y otro bando. Como en todas las guerras, da igual a qué bando pertenecen Soutomaior y Bayardo. Cuando se declare un vencedor, todos habrán perdido para que cuatro ganen fama y fortuna, pero no hay gloria ni hay honor en ninguna guerra, ni hay batalla por famosa que sea hoy que no se olvide con el tiempo. Dentro de algunos años, sean cinco o cuatrocientos, habrá que recurrir a las crónicas para contar que dos idiotas se pelearon una vez en nombre de sus reyes o de sus pueblos.

Será entonces difícil de entender que aquellos idiotas ni siquiera querían pelear.

Comentarios