Opinión

El protocolo

CONCENTRÁNDOME CON esmero intento ponerme en la piel de cualquier niño que acabe de comenzar el nuevo curso escolar. Intento intuir qué siente. Cómo afronta este nuevo ciclo en el que se entremezclan sus miedos y sus inquietudes. Sus pasiones y sus padecimientos. Sus frustraciones y sus retos.  Querer aprender, compartir, conseguir, analizar, observar, adquirir y disfrutar con dignidad de la "aventura del saber" no será camino sencillo para muchos de estos alumnos.

Siempre nos da la impresión de que nos encontramos en la edad más vulnerable para superar ciertos obstáculos que nos impone la vida. De pequeños cada paso es un reto y cada día un triunfo, si conseguimos no caernos. De adolescentes, este período de transformación y descubrimiento de la propia identidad, nos confunde y desespera. De adultos, tras alcanzar el completo desarrollo físico y superar "supuestamente" la adolescencia, nos sumimos en un caos perpetuo ante gran parte de las decisiones que conforman actuaciones pasadas. Y con la vejez, soñamos volver a nacer.

Me entero de que al tercer día de comenzar el ansiado ciclo de educación secundaria, un niño propina una soberana paliza a un compañero de clase por, parece ser, no gustarle la respuesta de su inocente camarada. El incauto, de complexión menuda y mirada atónita, logró zafarse del hábil agresor gracias a un tercero que decide proteger al agredido sin dudarlo ni un segundo, pues son amigos desde la infancia.

Serán muchas las muestras de cariño de amigos y compañeros que recibirá este chiquillo recién espabilado a hostias. Con seguridad obtendrá el apoyo de profesores y demás implicados en cada centro, ante tales actos incomprensibles.

Consciente de que esta escena se repite en miles de centros de nuestro país, se me encoge el corazón al saber que el Protocolo de Actuación ante el caso de Acoso Escolar sólo se activa cuando la agresión es reiterada. Y pienso en todos estos incautos que esperan con tímida resignación la próxima embestida.

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