Opinión

En el puente de Bron-Broen

CRUZO EL puente de Oresund a velocidad constante. El bron. O el broen. Me adelantan coches acostumbrados a esas dimensiones y a ese trayecto. Copenhague-Mälmo, o al contrario. Dicen que muchos daneses se han ido a vivir con sus vecinos a causa de los prohibitivos precios de las viviendas en su país. Voy mirando todo lo que la conducción me permite. Voy experimentando esa sensación. No es que lo espere, pero imagino el encuentro de un cadáver partido en dos, mitad territorio sueco, mitad danés. Jugueteo alegremente con la posibilidad de toparme con Saga Norén y Martin Rohde. Sí, ya, son personajes de ficción, pero todavía así. Resulta fácil compartir mundos y más cuando una historia está bien construida. Las fronteras entre realidad y fantasía se diluyen y pasan a ser un todo único. Un universo propio. Así que avanzo –lentamente– para tener tiempo suficiente. Ese puente es símbolo de muchas cosas, nexo de unión y elemento de diferenciación entre naciones que la serie Bron-Broen pone de manifiesto en cada temporada. Lo hace, en primer lugar, a través de sus personajes protagonistas, los policías que dirigen la investigación, pero también por medio de la trama, que saca a relucir problemas sociales de la realidad nórdica cada vez más punzantes, cada vez más adheridos a la cotidianidad, cada vez más peligrosos. Cruzo el puente como si levantara la misteriosa alfombra escandinava, con esa esperanza tonta de que aparezca por algún lado un danés tierno y bastante caótico y una sueca con síndrome de Asperger cuyo comportamiento lógico y antiempático desarma hasta al más experto. No ocurrirá, les adelanto. Y si ocurriera, sin embargo.

Anuncian una cuarta temporada de esta serie, coproducción suecodanesa, y ojalá la estrenen pronto. Después de la estupenda Forbrydelsen, nos había quedado un hueco profundo en cuanto a protagonistas de valor. Dicho sea de paso, también paseando por Copenhague esperaba cosas. Ver a Sarah Lund, por ejemplo, hacerme la encontradiza, y decirle algo como: soy de Lugo, vivo lejos, pero menudo personaje cruzafronteras que has compuesto. O también: por qué no me regalas uno de tus jerséis que tienes muchos y comprarlo sale muy caro. Pero no ocurrió.

El caso es que, además de pensar en encuentros irreales, visitar aquellos parajes, pisar aquellas calles, atravesar aquel puente, me ha servido para retomar series que han sabido combinar las típicas estructuras del género con los caracteres precisos y peculiares de sus habitantes. Bron-Broen es un ejemplo ideal de serie televisiva bien resuelta y muy preocupada por la forma y el fondo. Con unos personajes que despuntan desde el principio –sobre todo ella– y con una historia que requiere la atención permanente del espectador. Cuenta muchas cosas en poco tiempo y sugiere muchas otras que deja en manos de cada uno. Determinadas preguntas tienen que ser resueltas por el seriéfilo que sienta la suficiente curiosidad como para trasladarse a Copenhague y decidirse a cruzar un puente, que total, pensarán muchos, es solo un puente.

Al llegar a Mälmo hay sensaciones distintas, quizás otra luz, otra atmósfera. El coche de Saga Norén puede estar circulando en esos momentos por la misma calle por la que yo me acerco al centro de la ciudad. Aunque recuerdo que el de ella es un Porsche y la marca que más veo a mi alrededor es Volvo. No pasará. Pero, y si lo hiciera.

Las grandes series te dejan eso dentro. Una especie de vida paralela correteando por tu cabeza a la que permites con agrado mezclarse con tu vida normal.


Ese programa perturbador
AGÁRRENSE. He hecho un descubrimiento. En una cadena infantil danesa, a partir de las ocho de la tarde, aproximadamente, lo que se emite es algo perturbador. Una hora tras otra, una cámara discurre lentamente por estancias en las que hay gente durmiendo. Todo está en silencio. De vez en cuando se escucha un ronquido aquí, un movimiento de sábanas allá. Puede que la intención sea que los niños se duerman, ahora bien, en cuanto a los adultos, ya aviso, ocurre lo contrario.

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