Opinión

Intolerancia y buenismo

LAS FOTOS de los autores de los atentados de Barcelona y Cambrils ofrecen la imagen de un grupo de chavales corrientes, que probablemente deberían estar más preocupados por ligar con chicas, decidir qué van a hacer con su vida después del instituto o dónde echar la pachanga del sábado. No son muyahidines llegados del horror de Siria o Irak, sino jóvenes criados en España. En Francia, muchos de los terroristas también eran nacidos en el propio país. Entonces, ¿qué le lleva a uno de estos muchachos a concluir que deben entregar su vida y la de sus vecinos en el nombre de Alá? ¿Qué les falta en su existencia para que traten de llenarla con sangre propia y ajena? Es un marco reflexivo complejo, aunque imprescindible. Desde luego, no se debe desdeñar la predisposición psicológica innata, pero se intuye que el mayor peso puede proceder de las circunstancias (desestructuración familiar, desarraigo, sentimiento de marginación, frustración y falta de oportunidades...), espoleadas además por el sentir de un periodo vital, la adolescencia, definido por una visión trágica y exaltada de todo cuanto sucede (el yo en construcción contra el mundo injusto que no me comprende, la necesidad de modelar la personalidad a través de una pertenencia concreta). Es decir, elementos no demasiado diferentes a los que pueden conducir a otros chavales semejantes a afiliarse a un grupo hooligan, meterse en una banda o hacerse skinhead. Las malas compañías. Desde la semana pasada, y quiero pensar que es fruto del ardor emocional de la tragedia, se han visto numerosas respuestas que reclaman una reacción violenta, y que van desde la machacona insistencia a quitarse la careta del "buenismo" hasta el "haz patria, atropella a un moro", pasando por el recuerdo orgulloso de la Reconquista, un juego alusivo tan imbécil como las proclamas del Dáesh sobre la reconstrucción de Al Ándalus. Cinismo patriotero y descabellado, la falsa sensación de seguridad de una idealizada mano dura parafascista. En resumen, despojarse de la empatía humana elemental -que en un país con la historia reciente de España debería ser especialmente sensible hacia las circunstancias de la población inmigrante- para embarrarse en la trinchera contra el enemigo. Uno de los propósitos fundamentales del terrorismo es dinamitar la cohesión social. El odio al Otro, la heterofobia. Que uno sospeche del vecino y, en último término, lo tema. Dadas las insalvables limitaciones de nuestra capacidad de influencia sobre los desequilibrios geopolíticos que forman parte del meollo de la cuestión, ese "buenismo", la tolerancia, la resolución de los conflictos e injusticias sociales que se viven en la calle, es uno de los bastiones que nos quedan a los ciudadanos para enfrentarnos al terrorismo. 

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