Opinión

La Episcopal del Estado

LA CONFERENCIA Episcopal Española, ya no se llama así. Ha suprimido el nombre de España y lo han sustituido por la palabra 'Estado', que es mucho más progre, más de izquierdas y, claro, mucho más separatista. Hace un par de días, la Conferencia Episcopal parió un comunicado a propósito del golpe que se intenta dar en Cataluña.

Los señores obispos del Estado, siempre equidistantes, siempre tibios y siempre muy cobardes, hacen saber a quién les quiera escuchar, muy pocos y cada vez menos, que ellos están con el dialogo, y que solicitan que se “eviten decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias, que sitúen a las administraciones y partidos al margen de la práctica democrática”. No hablan de España en ningún momento y se refieren a unos presuntos derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado, que no existen por ningún lado. No hablan ni del golpe, ni de la ruptura del orden constitucional ni de la quiebra brutal en la convivencia de sus feligreses. Nada nuevo bajo el sol. Nada extraño, conociendo al presidente de la Conferencia Episcopal, un tal Blázquez, como le llamaba Javier Arzallus, que nacido en la provincia de Ávila, lo recastaron en el bocho bilbaíno a base de bien, en donde padeció el síndrome de Estocolmo y se convirtió al Aranismo.

Allá por el año 2002, el tal Blázquez que era de aquella obispo de Bilbao, y sus colegas de Vitoria y de San Sebastián expelieron un vomitivo panfleto episcopal en donde comunicaban a los fieles de la Iglesia que muy mal pastoreaban, su contrariedad por la aprobación de una eficaz ley de Partidos y su profundo temor por la ilegalización de aquel nido de etarras que era y es Herri Batasuna o como se llame ahora. Para aquellos tres obispos, una ley que había contado con el 93% de la voluntad popular española y que permitió ponerle coto a toda aquella canalla, perfectamente organizada y financiada para quemar cajeros y autobuses, iba a fomentar la confrontación cívica y a provocar "consecuencias sombrías" como el deterioro de la convivencia y una agudización de la división y de la confrontación.

Estos tres obispos cobardes, igual que ahora hace el tal Blázquez, se pasaban por el arco de su sotana nada mas y nada menos que al Parlamento español y a la soberana voluntad popular y estuvieron callados cuando se formalizó el Pacto de Estella que buscaba el aislamiento de los socialistas y populares y la deslegitimación de las instituciones de la Comunidad Autónoma. Y son los mismos, tibios de libro, que rechazaron expresamente el Pacto contra el Terrorismo, ¡que manda carallo! firmado por los dos principales partidos políticos españoles, sindicatos y todo tipo de organizaciones porque, decían, que los obispos "no se meten en política".

Como ahora, no les preocupaban sus ovejas. Ni los mil muertos de la ETA, entre mujeres, niños y ancianos, ni las decenas de miles de vascos que tuvieron que marcharse al exilio, ni la extorsión, ni el miedo al vecino ni los secuestros. Eso no merece pastoral alguna. No. Ahora vuelven a las andadas. Pero me da que al personal le entra por un oído y le sale por el otro lo que diga el tal Blázquez. No tiene ningún valor ni credibilidad. Como si hablara Cañita Brava o Perico de los palotes.

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