Opinión

La mano en el fuego

DESDE HACE años, poco más o menos por estas fechas y por los mismos motivos que expondré a seguir, escribo siempre la misma historia sobre los mismos incendios forestales en mi país. Escribía el año pasado (y me parece recordar que otros años también, como si fuera un ritrornelo sin fin, un bucle del día de la marmota) que me convertí en un conocedor de incendios forestales el día en que vine a trabajar para un periódico de Galicia; era un agosto de 1975 y ese verano los incendios abundaban; no es que fueran nuevos, siempre ha habido incendios ocasionales en el rural, incendios que se solucionaban entre los vecinos y la Guardia Civil (no existían entonces bomberos ni medios en los pueblos), que podía parar una fiesta en el torreiro y mandar a la mocedad a apagar incendios (fui a uno en una fiesta de san no se qué; en cuanto lo apagamos, regresamos a la verbena y la comisión de fiestas invitó a cervezas) Pero aquel 1975 los incendios se convirtieron en otra cosa, no eran fortuitos, y apareció la intencionalidad.

Desde aquel agosto, que me lo pasé de monte en monte junto con el fotógrafo Cameselle (un buen compañero, fallecido hace unos años) los incendios se repitieron cada verano, con sustanciales modificaciones y con el perfeccionamiento de los incendiarios en su método. Porque todos los incendios, salvo un pequeño porcentaje en el que caben el despiste en la quema de rastrojos, la colilla y el churrasco incontrolado, todos son intencionados. Eso lo sabíamos en aquel verano de 1975 y en todos los años que siguieron. Eso lo sabe cualquier paisano que tenga una fouzaña como herramienta natural en su cuarto de cachivaches. Eso lo supimos siempre. Lo que nunca pude saber con certeza, aunque me explicaron muchas versiones, unas más creíbles que otras, fueron las razones para prenderle fuego a un toxal. Los expertos, caso de que los haya (existen técnicos oficiales que trazan un perfil del incendiario) pueden explicarnos como es el tipo del mechero, pero no se explica el motivo, que muchos dicen, con bastante fundamento, que es económico.

Vivo en medio de un bosque y sé de lo que estoy hablando. Las condiciones forestales cambiaron radicalmente cuando empezó a reducirse la vida rural y ser sustituida por una sociedad semirrural o, dicho de otro modo, que vive en el rural pero con hábitos ciudadanos. La sustitución de la leña por el butano o el gasóleo, la reducción drástica de la cabaña, la sustitución del abono orgánico por el más cómodo abono químico y unos largos puntos suspensivos que cualquiera medianamente conocedor puede rellenar, convirtieron los montes en una bomba rellena de pinos y eucaliptus, con la broza sin recoger y sin que nadie se tome el trabajo de limpiar.

El evidente cambio climático, que a los políticos responsables les parece una coña de cuatro hipis ecologistas, es, cada vez más, un agravante; la sequía no aparece porque si, y los cambios en el clima deberían preocupar a los dirigentes más de lo que les preocupa, o, por lo menos, preguntar a uno de ciencias de cómo es esa cosa del clima. Y todo eso se juntó estos días negros para convertir los incendios de todos los años en otra cosa: esta vez hubo muertos. Y, claro, de pronto, aparecen los personajes delante de los micrófofonos y descubren al mundo la gran verdad: los incendios son provocados. Acaban de enterarse. Los expertos mediáticos hablan en televisión, los políticos se recalientan y hablan incluso de terrorismo. Ya no son incendios de colilla o churrasco, no, son hechos a propósito. Y acaban de enterarse. Y vienen de Madrid a contarlo, hacerse la foto y guardar un minuto de silencio, que es el protocolo político para solucionar cosas. Menos mal que aquí no hubo guerra de banderas.

Han tenido que pasar más de cuarenta años y cuatro muertos para que los gobernantes se enteren de que los incendios en Galicia (aquí ya son parte de la rutina folklórica veraniega, como el pulpo o los peregrinos) son provocados. Y una vez más los políticos-ante-micrófonos (una variante natural de la especie, caracterizada por la imposibilidad de estar callado o decir "no sé, no tengo idea") prometen contundencia y que la justicia no dejará impunes esos delitos. Palabras, vanas y viejas palabras, que decía Hamlet. Bueno, no todas, porque el presidente del Gobierno aprovechó para dejar a Soraya contra los catalanes y decir su obviedad: "Esto no se produce por casualidad; ha sido provocado". (Puede que se refiriera a la situación de Cataluña) Con su frase y calificando el incendio de Pazos de Borbén de 'mayúsculo' queda dicho todo.

La lluvia vino a salvarnos. Primero ayudó en los incendios y a los que trabajaron contra ellos (se les distingue en las fotos: son los que no llevan corbata). Después a los dirigentes, que ya se pueden relajar y decir frases: la policía sigue pistas, se está investigando o cosas por el estilo. Llegará el invierno y todo pasará, pero no nos olvidemos, hay muertos. Tenemos a Portugal al lado que tiene lo suyo (aunque allí dimiten) y puede que se arme el suficiente barullo internacional como para que se reconsideren muchas cosas. Entre ellas las políticas forestales, dado que las actuales no funcionan desde hace más de 40 aos.

Seguramente detendrán a un par de tipos a los que no se les podrá probar gran cosa; es difícil, a no ser que se les pille en flagrante hoguera. Pero siempre hay que buscar los motivos de origen, y mucho me temo que aquí los motivos son de mucho dinero. Simplemente habrá que buscar y ver a quien puede beneficiar más estos incendios. Ya se empieza a hablar de tramas de subvenciones y otras mafias. Siempre hay que buscar quien se enriquece con el mal ajeno, con el monte quemado, con las desgracias sociales, con la gestión de las miserias. Hay mucho dinero a su alrededor. Si tiran de la mecha aparecerán cuentas bancarias. El año que viene, si no hay novedad, seguiré hablando del mismo tema.

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