Opinión

Nueva cocina

COMO EN la diversidad de lo abstracto, donde cada cual forma su propio juicio, sin que pueda discernirse con claridad entre lo bueno y lo malo, algo parecido ocurre con la nueva cocina, la de vanguardia, de diseño o como se le quiera llamar; unos la aman, otros la aborrecen. Nada como un plato de callos, lacón con grelos o un buen chuletón. Lo dice una escritora, Laura Fernández: "Lo que me parece delirante del nuevo universo gastronómico es lo poco que se come". Y lo que se paga por no comer: una base de lechuga servida en un recipiente enorme para cuatro tiras de zanahoria y dos tomates cortados a la mitad, quince euros o más, depende. Ensalada que no colma la avidez del menos exigente vegetariano. También pasa en la tradicional, pero el fraude encuentra mayor acomodo en la modernidad culinaria, aderezada con una terminología sofisticada, eufemística, de texto retorcido, cuando no ridículo, para que el gato por liebre no levante sospechas en el cliente que no distingue entre el camelo y el arriba las manos. Culpa a la televisión por el exceso de programas y concursos gastronómicos raritos.

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