Opinión

Recordando a Julio Camba

TODO COLUMNISTA que se precie debería, antes de fenecer, ser defenestrado o abandonar voluntariamente su tarea, cumplir el rito de dedicar una pieza al maestro Camba. Para ello sería necesario instaurar el rito, sin cuyo obligado cumplimiento el columnista sería defenestrado o invitado a abandonar voluntariamente su tarea. A la espera de la creación de tal liturgia, servidor se apresta a cumplir con ella por si las moscas. Es una estrategia, poner el carro antes de las vacas, muy de moda estos días.

El fantástico escritor arosano vino al mundo en diciembre de 1884 y aguantó en él setenta y siete años, lo que no está mal habiendo una guerra civil por medio. Con 13 años se coló en un barco que se dirigía hacia Argentina, donde se metió a anarquista. Sus primeros pasos como escritor los dio redactando panfletos y proclamas. Debió ser muy eficaz en tales tareas puesto que fue expulsado del país junto a otros anarquistas extranjeros.

Tras su regreso, comenzó a colaborar en Diario de Pontevedra, pero se fue para Madrid pronto, no como Jabois, que no había forma de mandarlo para allá. Continúa en la capital con la lideira ácrata y lo demuestra escribiendo para El Porvenir Obrero y otras publicaciones de ese corte. Enseguida creará su propio periódico, con un título revelador: El Rebelde. A partir de 1905 se convierte en cronista de un diario republicano, El País. La Correspondencia de España lo convierte en corresponsal en Turquía. Luego El Mundo lo contrata para cubrir París y Londres. Tras alguna otra corresponsalía en el extranjero, comienza a escribir para el monárquico ABC. Esta labor, con interrupciones ocasionales (una de ellas lo llevó a trabajar de periodista para El Sol), la mantuvo hasta su fallecimiento. Camba se movía y se movía también su pensamiento político. Cada vez que regresaba a España traía consigo conocimientos de otros idiomas: sabía alemán, inglés, francés, italiano, algo de turco, algo de griego, un poco de ruso.

Con 13 años se coló en un barco que se dirigía hacia Argentina, donde se metió a anarquista. Sus primeros pasos como escritor los dio redactando panfletos y proclamas

Se instaló en Nueva York en 1916. En Un año en el otro mundo recoge sus crónicas desde allí. Regresa a Madrid al año siguiente, lo destinan a Berlín en 1921 y en 1929 vuelve a Nueva York. En el 31 vuelve a Madrid y publica Haciendo la República, donde se muestra descontento con el nuevo régimen. "La república nos quitó la ilusión de la república", escribe. Llega 1936 y se va de nuevo al extranjero: Inglaterra, Francia. Sus crónicas, publicadas en el ABC de Sevilla, no ocultan su simpatía por el bando franquista. Colaboraría a principio de los 50 con Arriba, diario en el que comenzó a reelaborar artículos antiguos. Esto será algo frecuente a partir de este momento y lo desarrollaría tanto en ABC como en La Vanguardia.

Tras la guerra regresa a Madrid, pero enferma y es hospitalizado. En el 49 es huésped del hotel Palace, donde vivirá hasta su muerte a consecuencia de una embolia (se dice que la familia March costeaba su habitación).

Bon vivant, individualista, escéptico, inteligente, frío, socarrón, desilusionado... son adjetivos que pueden adornar el traje, siempre impecable, de Julio Camba. Un escritor que solo escribió una novela (El destierro) y que se ganó con sus artículos las alabanzas del mismísimo Unamuno, quien decía, para justificarlas: "Prueben ustedes a quitar o agregar algo de una crónica y verán que no es posible". Azorín dijo que era "el prototipo del humorismo galaico pasado por Londres, pasado por Sterne". Para Ortega y Gasset fue "la más pura y elegante inteligencia de España" y para Josep Pla "era un tipo curioso, un gallego extremadamente vivo. Tenía una intuición extraordinaria".

Sus textos están recogidos en recopilaciones de artículos: Alemania, Londres, La ciudad automática, el ya citado Un año en otro mundo, Playas, ciudades, montañas; La rana viajera, Aventuras de una peseta, desperdigados aquí y allá en pequeñas editoriales. Su lectura es una delicia.

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