Opinión

Cosas de ahora mismo

ESTÁN PASANDO cosas que antes no pasaban. Los más viejos no recuerdan una ola de calor y sequía como la que atravesamos y he podido comprobar este año como una marea viva superaba en bastantes centímetros a todas las mareas vivas que recordaba. Parece como si la Naturaleza estuviera en periodo de transformación, aunque la Naturaleza siempre está transformándose, a veces por su cuenta y a veces por culpa de los humanos, que somos los únicos seres vivos que vivimos de espaldas a lo natural, empeñados siempre en cagarla con vistas a la bahía. Solemos decir que estamos matando a la Naturaleza con nuestra civilización; no es cierto, simplemente la cambiamos; es igual de natural el Valle de la Muerte que el Matto Grosso o los Ancares, lo que pasa es que en unos sitios se puede vivir y en otros, no, pero eso a la Naturaleza no le importa. Los animales y las plantas viven con mayor armonía natural, son conservacionistas por naturaleza, los humanos, no; los seres vivos suelen privilegiar como líder al que tiene más fuerza y trata de conservar entero al grupo y al entorno natural; los humanos, no, solemos elegir (le llamamos elección democrática) al más ignorante y alejado de las cuestiones ambientales y al que sabemos que va a convertir cualquier paisaje en un despropósito urbanístico y medio ambiental. Para muestra todos los botones a la vista. Dicen que esta ola de calor es producto del fenómeno (¿natural?) de El Niño, dicen que es el propio cambio climático que comienza a hacerse notar a lo bestia, con la desaparición de grandes masas de hielo en los casquetes polares y la influencia sobre los vientos y las corrientes que eso tiene. No hace falta ser un experto para entender lo que puede pasar si se derriten los polos. Lo entiende cualquiera, incluso lo podría entender un presidente de gobierno si no tuviera otras cosas que hacer. 

Pasan cosas que antes no pasaban y otras que sí pasaban. Exactamente hace diez años hubo una oleada de incendios como los de estos días; incendios provocados, todos los incendios son provocados, y de eso sabemos un poco los que vivimos en medio de bosques. En estos diez años hemos aprendido muy poco, sobre incendios, o no hemos querido aprender, porque se repiten los mismos errores de prevención, protección y combate de los desastres medioambientales. Mi primer trabajo como periodista en el periódico en el que estuve un montón de años fue seguir durante todo un caliente agosto los incendios forestales; el fotógrafo y yo acabamos por convertirnos en periodistas forestales; creo que era por el año 1975. Desde aquel entonces, no hemos aprendido nada, o no hemos querido aprender. Los medios de lucha contra incendios son mayores y, en correspondencia, la virulencia de los incendios también son mayores. Las estadísticas, que están para decirnos cosas que no creemos, aseguran que este es el verano más caliente desde hace cien años (de cien años para atrás vivían encantados de la vida sin estadísticas) y las mismas estadísticas nos dirán al final del verano si hemos batido el récord de hectáreas quemadas. 

Las estadísticas ya son tan presentes en nuestras vidas como el móvil; sacan datos de encuestas que nunca sabemos a quien se las hacen, aseguran no sólo que tenemos un tórrido verano, cosa que salta a la vista, sino que están pasando otras cosas que antes no pasaban, por lo menos de cien años para acá. Una, que si pasaba, pero no estaba cuantificada, es que los españoles no tenemos ni idea de lo que hacen los gobiernos con nuestro dinero, es decir, a donde van a parar y quien administra los dineros que pagamos al Estado y que gestiona el Gobierno; y otra, que si hay otras elecciones (aquí podríamos meter la muletilla de que dios no lo quiera, pero a los dioses le importa poco que tengamos o no otras elecciones, en eso son como la mayor parte de los españoles, que queremos vivir como dios con el mismo esfuerzo de los dioses, es decir, ninguno) la cosa quedaría igual que hasta ahora. Podríamos sacar conclusiones filosóficas de esas dos circunstancias que el Centro de Investigaciones Sociológicas registra en sus memorandos, pero no viene al caso. Ambos datos son evidentes sin necesidad de cuantificaciones científicas; que los españoles no tenemos ni idea del destino de lo que pagamos a Hacienda y organismos colaterales es la consecuencia de nuestra total indiferencia ante lo que gobierna nuestras vidas; probablemente es producto de muchos años de ignorancia política y social impuesta por una dictadura y prolongada por otros años por una democracia, más interesada en hacer empresa que en hacer país; la segunda consecuencia, la electoral, está grabada en los genes de nuestra idiosincrasia: la terquedad y la persistencia en nuestra decisión, como contumaces que somos. Hubo dos elecciones y los resultados fueron una repetición, salvo los periféricos desencantados que se fueron a la playa en lugar de ir a votar; y puede haber otra elección (podrían hacerla el mismo día de las gallegas y las vascas para ahorrar) y el resultado sería el mismo, y podríamos hacer una cuarta y una quinta, y lo más seguro es que no cambiaríamos nuestro parecer, sólido como la pirámide de Keops, lo que nos llevaría al borde del fin del mar, ese sitio donde el agua se precipita hacia el abismo infinito. Lo más seguro también es que nuestros políticos-candidatos se mantuvieran firmes en sus trapicheos (también conocidos como negociaciones de pactos), porque es nuestro estilo. 

Esto antes no pasaba. Y pensábamos que la democracia iba a ser otra cosa, pero la hicimos mal desde el principio; dejamos que los partidos suplantaran al Gobierno y que el Gobierno suplantara al Estado, y dentro de nuestra ignorancia política y participativa (ver estadísticas de ahí arriba) olvidamos que los ciudadanos tenemos un pacto constitucional con el Estado en muchas cosas (sanidad, educación y pensiones, por ejemplo) que están por encima del Gobierno y de los partidos. Pero da lo mismo, en estos momentos estamos más interesados en cazar Pokemons que en elegir Gobierno.

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