Opinión

El mundo es una parroquia

SI LE preguntamos a esa fuente de sabiduría que es la Wikipedia qué cosa es la globalización nos contestará lo que ya sabemos: que el mundo se hizo parroquia. La Wikipedia nos dice que “es un proceso económico, tecnológico, político y cultural a escala planetaria que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo uniendo sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global. La globalización es a menudo identificada como un proceso dinámico producido principalmente por las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático o la democracia liberal, y que han abierto sus puertas a la revolución informática, llegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones internacionales”. Pura palabrería retórica, porque, aunque en esencia sea eso, lo cierto es que la intercomunicación entre todos los países no une a sociedades ni culturas, sino mercados, y sólo entre esos países que la “wiki” define como “capitalismo democrático o democracia liberal”, una fantasía contradictoria en sus términos.

Pero, aceptado que existe una globalización, en la cual estamos todos pringados, hay que rendirse a la evidencia de que esa interdependencia nos coloca en situación de poder opinar de todo lo que sucede en el mundo, porque el mundo entero ya nos afecta e interviene en nuestro destino, a diferencia de las épocas previas al fenómeno, en las que se consideraba que cada uno en su casa y las opiniones se guardan para adentro; ya no, el fenómeno nos pone el mundo entero a la altura de los ojos, nos influye más de lo que pensamos; las decisiones que se toman en Pekín afectan a, por ejemplo, los pequeños talleres gallegos de confección que tienen que rematar y dejar en orden de homologación las chapuzas textiles que los chinos cosieron para mayor beneficio de muchas empresas con tiendas en centros comerciales del mundo entero. El aleteo de la mariposa famosa provoca tsunamis en nuestra sala de estar. La globalización ha hecho realidad, por fin, las viejas maldades de los tebeos de antaño, donde había un sabio loco o un malvado que quería ser dueño del mundo. Ya existe, se llaman, o se pueden llamar, fondos de inversión o fondos buitre o fondos de poder. Son los que mandan sobre todas las cosas; los futbolistas internacionales, por poner un caso conocido, no se pertenecen, son esclavos de lujo comprados y vendidos por fondos financieros. Aquel afortunado título de la novela de Ciro Alegría, “El mundo es ancho y ajeno”, ya no sirve, el mundo, ahora, es estrecho y propio, las distancias son cortas y los efectos nos repercuten al instante.

Las oleadas de fugitivos del terror, que algunos medios “políticamente correctos” con el capitalismo democrático (o la democracia liberal) pretenden hacer pasar por inmigrantes, son la repetición ya olvidada de la historia de la Humanidad, los muertos y los niños ahogados son los mismos a lo largo de los siglos, es decir, los pobres, los dejados de la fortuna. La memoria es frágil y soberbia y Europa abre la boca de sus dirigentes para prometer asilo a miles de refugiados; después acoge a una docena sólo para la foto, y el resto los mete en campos de concentración en Turquía. Nos olvidamos de cuando los españoles fuimos refugiados en Francia, vivimos en campos de concentración como los de ahora y después combatimos al nazismo antes de que lo hicieran los franceses, que convivieron perfectamente con el alemán ocupador. Son los mismos fugitivos que se ahogaban huyendo de Vietnam, de Camboya o de cualquier otra guerra. La única diferencia es que ahora los vemos morir en directo desde nuestros sofás, ante la indiferencia que provoca la repetición constante de un mismo esquema violento, que nos crea callos en el sentimiento. Desde que el mundo es mundo la historia de los desgraciados ha sido siempre una constante huida, quizás para meterse en otro lío mayor. El mundo se queda pequeño para ellos, porque no tienen cabida en el capitalismo democrático ni en la democracia liberal.

El tiempo y el espacio se han reducido, los grandes avances técnicos declaran instantáneos todos los acontecimientos. Quizás por eso la derecha española (con el añadido de políticos y directores generales de periódicos, en otro tiempo progres, que dan apoyos con tufo a negocios difíciles de explicar) se va a hacer campaña electoral a Venezuela, elegido como paradigma de todos los males del universo; a los electores del 26-J, realmente les importa poco lo que pase fuera de su parroquia, aunque esté globalizada, y para ellos (nosotros) Venezuela es un país más con su complicaciones globales; como Brasil, donde sabemos que los que dieron un golpe de estado contra la corrupción también son corruptos (como un trabalenguas: el corrupto está corrompido, ¿quién lo descorromperá…?); un poco más abajo comienzan en Argentina a juzgar a los responsables de la operación Cóndor, aquella organización criminal organizada por el entonces secretario de estado americano Henry Kissinger (que nunca será juzgado por crímenes contra la humanidad, como debiera hacerse) y que en la década de 1970 asesinó a miles de personas. América del Sur es un jardín global y lo vemos en directo.

La globalización es un gran negocio y poco más; convierte a los chinos, que hasta ayer eran mano de obra de los empresarios listos de Occidente (gallegos incluidos) en poderosos empresarios, dispuestos a comprar Galicia y convertir a los parroquianos en la misma mano de obra que buscaban en el lejano Oriente. Lo global nos convierte a todos en clientes, nos permite comprar al instante y a distancia, nos enseña como mueren los desgraciados, nos comunica con el pariente lejano al que no pensabamos ni saludar, nos deja indefensos ante las leyes mundiales que nuestros dirigentes aceptan sin escrúpulo, nos vende lo bueno para imponernos lo malo. La creciente “intercomunicación e interdependencia” de que habla la “wiki” ha convertido el mundo en parroquia, y a los que eran grandes dirigentes del debate mundial, en parroquianos discutiendo en la taberna

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