Opinión

Hay pensiones y pensiones

HACE UNOS DÍAS recibí una carta de una ministra. Un honor. No todos los días recibe uno una carta de un miembro del Gobierno. Y se dirige a mí como «estimado pensionista», en dos idiomas, castellano y gallego. Claro, me dirá usted que es una carta dirigida a todos los pensionistas de este país; pero, aunque así sea, la ministra firma una carta dirigida a mi, para informarme de mis cosas. Fátima Báñez (ya sé que ella no escribió la carta, pero eso es una anécdota como la carta a los Reyes Magos o las cartas en época de elecciones) comienza diciéndome cosas raras en plan informativo, como que España va muy bien y superamos una crisis económica y que yo soy el protagonista, que junto con millones de personas hemos enfrentado con esfuerzo solidario y perseverancia todas las dificultades. Me sorprende que no diga que algo tuvo que ver su Gobierno, y que dé todo el mérito a los millones de españoles. En realidad, todos los piropos que me dice Fátima por mi contribución a combatir la crisis económica europea (CEU) -que es como el virus del zika, un mal contagioso que aparece de repente, se transmite de país en país y ataca, sobre todo, a los pobres- son para decirme que el Gobierno, de acuerdo con la ley no sé cuantos, me sube la pensión (¡tachaaaaaán!) por el valor equivalente a un cupón de ciegos al mes. Bien. Muchas gracias, ministra, por decírmelo. Al final de la carta, se vino arriba y escribió párrafos de mayor altura literaria, quizás de inspiración rubeniana (en el centenario de Rubén Darío queda bien la cosa) y se refiere a la Seguridad Social como nuestro proyecto de solidaridad entre generaciones, “un puente que une a trabajadores y pensionistas a lo largo del tiempo”. Termina deseándome feliz año nuevo, lo cual, como recibí la carta ya en febrero, deduzco que se refiere al año nuevo chino (el del Mono toca este año).

La tradicional carta ministerial que me confirma mi mesada, coincide con un nuevo revuelo de pensiones, cosa habitual cada cierto tiempo. No suele pasar a mayores, porque esos revuelos, que más parecen tanteos para que el personal no se desmande y vaya a pedir oro y moro, coinciden con la mitad de los pensionistas en viajes del Imserso y la otra mitad en lista de espera. Pero esta vez han saltado dos alarmas pensioneras. La primera, con la reclamación a los escritores (se supone que los primeros de una ofensiva fiscal contra los que se ganan la vida con la cultura más allá de su vida laboral) de que no pueden tener pensión y derechos de autor al mismo tiempo (al menos en cantidades que superen nueve mil euros al año, el salario mínimo); la segunda, quizás contradiciendo a la ministra Fátima, nos dice que la conocida como «hucha de las pensiones» se redujo a la mitad durante el gobierno de su partido. Y, claro, a mí, lego en la materia económica-fiscal, se me plantean muchas dudas.

Los escritores que suelen tener otra profesión (de la literatura exclusivamente no vive nadie, salvo excepciones) una vez jubilados de su trabajo habitual (unos eran periodistas, otros funcionarios, o profesores de instituto) suelen dedicarse a escribir, para mal o para bien, y, si pueden, publicar lo que escriben, y, además, a veces ganan un premio literario, y, si tienen mucha suerte y aciertan, un best-seller. Todo eso genera dinero del cual una pequeña parte va a la cuenta del jubilado escritor. A veces lo llaman para dar una conferencia, a veces puede publicar un artículo en alguna revista especializada, a veces le salen otras chapuzas. Por supuesto no se va a hacer rico con toda esa actividad de su jubilación, al menos no tan rico como un político jubilado. Pero ahora resulta que ese dinero ganado, a lo mejor con trabajos escritos cuando estaba en activo, y que genera derechos de autor, es incompatible con la vida de jubilado. Y ahí se me plantean un montón de dudas que, en mi ignorancia, no sé responder, pero que seguramente los escritores que andan en pleitos con el Gobierno y han presentado recursos, entenderán. La cuestión es la siguiente: un suponer, un periodista jubilado aprovecha para escribir una novela histórica, o de detectives y, además consigue que la publiquen, y encima, que se venda mucho y ganar más de 9.000 euros al año (una utopía, pero como ejemplo, vale). Viene Fátima Báñez, en pareja con Montoro y le quita la pensión, aunque haya pagado ierrepeefes y todo lo demás. Se me contradicen las ideas, porque leo en un periódico que el compa de Fátima, Margallo, ministro de Exteriores, cobra como pensionista del Parlamento Europeo 61.000 euros y como ministro, 47.000 (además de ser rico por casa, tener acciones en cartera, tres viviendas, coche de lujo y barco atracado en el Mediterráneo). Así que si eres jubilado de Europa puedes trabajar de ministro en España -dos actividades perfectamente prescindibles en el caso de Margallo- pero si eres profe jubilado y poeta, no, si te pasas del salario mínimo. Sólo si el jubilado pertenece a un colegio profesional, con sus leyes especiales se salva de la quema, porque los artistas carecen de sentido corporativo-cosa-nostra de los colegiados (abogados, arquitectos, médicos, etc.) lo cual nos lleva a pensar que no todos los españoles somos iguales ante la ley, cosa ya sabida.

Esto nos lleva a la segunda parte, la reducción de la «hucha de las pensiones», y esa falacia de que nuestras pensiones dependen de lo que se recaude en la Seguridad Social, ese «puente que une a los trabajadores y pensionistas a lo largo del tiempo», como decía la carta de Fátima. No es cierto y es, además, una grosería político-social. El sistema de seguridad social, una de las bases en que se asienta la democracia moderna, es un contrato bilateral entre el beneficiario (el que recibe la carta de Fátima) y el sistema que gestiona el Gobierno de turno, y que responde ante nosotros con toda la Hacienda pública, no sólo de la «hucha de las pensiones».

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