Opinión

La moral perdida

YA SÉ que el verano no es tiempo para filosofías, ni siquiera la filosofía barata que solemos usar los que nos dedicamos al noble arte de escribir artículos en los periódicos; pero como este verano tampoco es un verano como debe ser todo verano de bien, un verano que se ajuste al folleto que nos venden cuando nacemos en esta parte del planeta y nos dicen que los veranos son así y asá, pues tampoco está de más tirarnos el moco filosófico de vez en cuando.

Viene la cosa a cuento de que, en mi rutina diaria de lectura de diarios (en pantalla de tableta) eché de menos –no me pregunten por qué, son cosas que se nos puede ocurrir a cualquiera sin que venga a cuento– una palabra que hace años solían usar los políticos y las gentes de presencia notable en las noticias: la palabra “moral” y su amiga, la palabra “ética”, que eran como dos luces de posición en la vida pública; había que trabajar para que la sociedad fuera moralmente ejemplar, y con partidos y políticos de ética contrastada.

Eran dos conceptos que, sin explicaciones ni detalles, se podían entender, o intuir o solamente utilizar para que el trabajo de los servidores públicos fuera moralmente intachable y éticamente reconocido. Pero ya nadie usa esas palabras, seguramente porque a nadie le interesa que las figuras de primera página sean intachables, respetuosas con la ley (con alguna, por lo menos) y, además, los mismos espectadores que leemos las primeras páginas y votamos a los primeros cabecillas, tampoco tenemos en gran estima la moralidad o la ética en nuestro transcurrir diario. Supongo. Como en el viejo tango, “los inmorales nos han igualao” y todos nos revolcamos en el mismo merengue.

Sucede que los conceptos, moral y ética, que se pueden entender pese a su abstracción, nunca me fueron bien explicados, nunca llegué a comprenderlos con claridad, seguramente porque siempre los explican mal y los utilizan según el mercado y las intenciones de arrimar ascuas a sardinas.

Que recuerde, mi primer contacto con la palabra “moral” en sentido académico, me llega en el bachillerato, en una asignatura que se llamaba algo así como Moral Católica (si, en todos los tiempos se obliga a los estudiantes a estudiar despropósitos) La cosa, explicada por un cura, no tenía desperdicio; la definición, que podía echar alguna luz sobre mi ignorancia en la materia era, textualmente: “Moral, de mos-moris, costumbre en latín…” Y me quedé con la primera idea, la moral era una costumbre, como la de ir a misa los domingos, limpiarse los dientes o cambiarse los calzoncillos. después, según avanzaba hacia la universidad los conceptos llegaban por vía filosófica, pero tampoco aclaraba nada porque las dos palabras circulaban por distintos filósofos desde los griegos hasta Kierkegaard; de toda esa empanada, con los conocimientos justos para que un estudiante de Ciencias como yo pasara de curso, me quedé con una definición de andar por casa: lo moral era lo bueno de las personas, la parte positiva; lo ético era la parte justa y correcta de las personas y sus acciones.

Y con eso me iba (y voy defendiendo) La moral eran unas normas que definían lo bueno y lo malo, pero las normas las dictaban los que tenían el poder, según los tiempos; la moral católica imperante y de obligado cumplimiento consistía (a nuestro entender menguado) en que el sexo era un pecado y cualquier cosa era sexo; el resto del catálogo de pecados, ni fu ni fa. Las mujeres, según la misa del domingo, eran inmorales por naturaleza (más tarde descubríamos por nuestra cuenta que eso, como tantas otras falacias, solo era un programa para meter miedo). el diccionario de la rAe nos remitía a conceptos que se entendían mejor, pero se desperdigaban; sacaban las normas para obrar bien o mal, pero abundaban en el concepto: “que confiere al fuero interno o al respeto humano, no al orden jurídico”; también añadía que podía ser un estado de ánimo y podíamos tener la moral por los suelos o tener más moral que el Alcoyano. Así, andando por la vida nos creábamos conceptos de moralidad (al margen del catolicismo siempre imperante y siempre exigente con su estatus, patrocinado por distintos gobiernos y subvencionado por todos) y la ética era una norma que tenía especial presencia en nuestra profesión, en la que tratábamos de ser moralmente justos y éticamente intachables.

Todo eso ya no cotiza en este mundo de ahora mismo; si atendemos a esas primeras páginas de los periódicos de la tableta, los dos conceptos están desaparecidos sin combate y las noticias se rigen por otro tipo de moral practicada y no confesada, comenzando por la moral europea hipócrita y xenófoba, entre fascista y nazi, la vieja moral de los puros de raza por la que ya caminan los polacos, los húngaros, los italianos y por la que podría caminar la derecha española en breve plazo. La moral de los que justifican el enriquecimiento fácil, robando directamente el dinero público y colocándolo en paraísos fiscales, ayudados por los supuestamente defensores de la moral que hacen leyes a gusto de los depredadores económicos, antes de que se descubra el pastel y acaben ante el juez. Siempre son menos los imputados que los imputables. La moral posesiva de cada día en las noticias de acosos, violaciones y muertes basados en el principio moral (seguramente originado en los tiempos en que la mujer era siempre el objeto del pecado) del la-maté-porque-eramía; la larga y ominosa lista de muertes y violaciones grupales (en fiestas y discotecas, básicamente) y abusos a menores, que se soluciona con inútiles minutos de silencio y aplicación de leyes defectuosas creadas por políticos defectuosos.

Moral y ética se han sustituido por una mano de pintura de hipocresía en la que todos somos cómplices. Cuando estaba escribiendo estas líneas veo en un informativo a un joven negro, alcalde del pueblo más pobre de California, que va a pagar un salario mínimo a todos los habitantes pobres y dice que lo hace “por obligación moral”. Un pequeño detalle entre tanta basura. el resto es una realidad desmoralizante.

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