Opinión

La vida en el Hola

HACÍA MUCHO tiempo que no leía un Hola, el quién-es-quién del glamour couché que todo cultureta niega tres veces, pero después sabe lo que pasa en la actualidad del corazón que sólo puede verse en sus páginas. Un amigo mío, de alto nivel intelectual, se confiesa lector de ese boletín oficial de la vida bella, porque dice que le funciona como laxante y diurético. Por mi parte, nunca renegué de cualquier lectura, viniera de donde viniera, pero, como en la actualidad me estoy quitando, incluso de los periódicos diarios, me encontré con que no conocía a la mitad de los personajes que brillan en un caldo de photoshops. Durante mi tiempo en sala de espera me zambullí en la filosofía del Hola (creo que lleva una admiración, pero no sé donde) Y allí me encontré con que Ana Obregón y Antonia Dell’ate en otro tiempo enemigas manifiestas por causa de amores comunes, se habían hecho amigas, se querían y posaban encantadas de su vida, con un modelo distinto para cada foto. En otra página, el conde Lecquio, el denominador común, se encontraba complacido, porque no hay nada como reconciliar el pasado en discordia. Más adelante, los hermanos Rivera, es decir, Paquirrín y los toreros, hacían lo que hacen todos los hermanos, el ganso, pero en exclusiva. Y más allá, unos cuantos famosos esquiaban en alguna parte con sus hijos, un par de famosas sacaban a pasear a sua perros, mientras María Teresa Campos posaba en su enorme casa y Bigote Arrocet nadaba en una piscina de cristal. Todo era una Arcadia feliz, un mundo de canción de cocacola, como unas vacaciones, un cumpleaños con piscina de bolas en el que todos sonreían. Realmente dan ganas de vivir dentro del Hola. Por eso permanece.

Ese mundo de las revistas de colorines existe, un poco forzado, pero existe. En el mundo de los periódicos la vida es más dura, ya lo sabemos, pero, sin necesidad de ir a extremos patéticos de la cruel realidad, en los que habitan las injusticias, las extorsiones legales de los bancos, la marginalidad de los que pagan la crisis de los ricos con su pobreza. Si nos quedamos en el medio, donde el país se suele mover entre la vida política, la económica y la liga de fútbol, nadie es feliz, nadie se junta con nadie ni se reconcilia, no hay sensación de vivir ni la chispa de la vida. El proceso electoral de Cataluña acabó en un difícil encaje, sin que las partes interesadas se pusieran de acuerdo y tuvieron que echar al candidato a la presidencia, poner al suplente Puigdemont, que es como el Tercer Hombre, alguien que sale de las sombras. Armaron el Parlament sin que el el Rey recibiera a su presidenta y se prometió el cargo con variaciones que deben estar estudiando los servicios jurídicos del Gobierno. Si los catalanes resolvieron su proceso con muchos cabos sueltos y a duras penas, el proceso constituyente del Gobierno de España va por un camino parecido. Son capaces de dejar que Patxi López sea presidente del Parlamento, que no es nada más que el capataz de la manada, pero la Moncloa es otra cosa, y ahí no se “ajuntan”. O a lo mejor, de aquí hasta el final de las conversaciones les pasa como a Ana Obregón y Antonia Dell’ate, que descubren que se quieren y tienen «más cosas que les unen que las que los separan» como pidió el presidente del Congreso. Dirá usted que, claro, las dos «ex» del conde Lecquio cobran por salir en el reportaje reconciliatorio. Bueno, los políticos también y, créanme, el no sé cuantos por ciento de los que se van a sentar en el escaño parlamentario (el porcentaje se eleva bastante en el Senado) van a trabajar menos que Ana Obregón. La primera sesión parlamentaria dio para todo, incluso para que se rasgaran las vestiduras por llevar bebés mamoncetes al escaño (yo nunca lo llevaría, puede coger allí cualquier cosa contagiosa) o por ir vestidos de forma inadecuada (es la diferencia con el Hola, que allí se sabe la moda que impera). Prevalecieron dos opiniones en la generalidad: una, que el Parlamento es cosa seria, no un espectáculo, y dos, la necesidad de salvaguardar los valores constitucionales. Dos errores de base, que parece mentira que sean políticos. El Parlamento debe ser un espectáculo serio (las señorías y los señoríos -corrección obliga- confunden siempre serio con triste), porque esa es su esencia, dar espectáculo y no aburrir con discursos mal aprendidos, pomposos y circunstanciales, vacíos como un centollo francés; los ciudadanos queremos siempre que los nuestros brillen, sean ingeniosos, abrumen al contrario, sean un Messi desde la tribuna, porque la vida ya es muy dura de por sí, y queremos ver un poco del mundo del Hola (o de El Jueves, o un mega mix de ambos) en las bancadas que arbitra ahora Francisco José López.

Con respecto a los valores constitucionales deberían aclarar más esa cuestión. La Constitución Española de 1978 es un muerto que hay que revisar y reformar, y eso lo saben todos. No sirve, fue un apaño para aquel tiempo de transición en el que incluso las mujeres no podían ser reinas. Ahora si. Y ahora estamos en otro mundo, mucho más cruel, pero guardamos la íntima pretensión de que acabe pareciéndose al Hola, que nos lo deben. Esta Constitución debería ser cambiada cuanto antes. Y, de paso, porque todas las constituciones se copian unas a otras, podrían copiar de la original; no la Carta Magna del Rey Juan I de Inglaterra, que era una constitución para nobles, sino de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, en la que un párrafo preambular fija como derechos inalienables la vida, la libertad y ¡la búsqueda de la felicidad! Algo elemental que todos los filósofos, desde Marco Aurelio a Bertrand Russell buscaron en sus tratados filosóficos. La Constitución Española tiene más legislación que filosofía, y su preambulo no es más que buenos deseos en papel mojado. Hay que exigir un cambio constitucional y un poco de la felicidad del Hola y su espectáculo.

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