Opinión

La muerte de un dictador

LA MUERTE de Fidel Castro, quien lo puede dudar, es un acontecimiento importante en la historia del mundo. Desde luego. Representó una revolución que, como casi todas, acabó cristalizando en una dictadura en la que se abolieron las libertades, se cercenó la democracia y se consagró un autoritarismo personalista por largas décadas que no toleró ni la crítica ni la disidencia.

Por más que la vieja izquierda ahora conmemore el fallecimiento del dictador como si fuera la imagen del progreso y la justicia social, no hay más que ver las condiciones de vida en que viven los ciudadanos de la isla y el número de presos políticos que hay en sus cárceles para reconocer la realidad y la verdad. El mundo entero, ahora tras la muerte del dictador, está comprobando hasta qué punto la dictadura castrista no ha sido más que un engaño más del comunismo. La mayoría de los habitantes de la isla viven en una situación de pobreza, más o menos expresa, que contrasta con la opulencia que caracteriza a los miembros de la nomenclatura del partido. No hay libertad de expresión, no hay libertad de educación, no hay libertad de prensa: no hay libertad en una palabra, por más que muchos cubanos de buena fe, porque no conocieron otra realidad política, estén convencidos de que han perdido a alguien muy importante en sus vidas.

Es verdad que el régimen castrista empezó a girar, al menos en materia económica. Pero solo para sobrevivir. En los últimos años, afortunadamente, cambió la percepción de algunos intelectuales en Europa con relación al sistema político cubano. La defensa cerrada de Castro no era ya, salvo para los totalitarios, señal de identidad del progresismo. Quienes le justificaban cada vez eran menos. Por estos lares no es ninguna sorpresa la identidad de sus principales valedores.

El mundo entero, ahora tras la muerte del dictador, está comprobando hasta qué punto la dictadura castrista no ha sido más que un engaño más del comunismo

El propio cantautor cubano, Silvio Rodríguez, histórico defensor del régimen, últimamente ya decía sin rubor que había que superar la erre de revolución y ser sensibles a un país que pide a gritos una evolución, agregando que es momento, el actual, propicio para revisar muchas cosas, conceptos y hasta instituciones. Otro famoso cantante cubano, Pablo Milanés, se mostró partidario, sin ambages, de que Cuba debía avanzar con nuevas ideas y hombres nuevos porque el sol enorme que surgió en la década de los sesenta del siglo pasado está lleno de manchas al haberse puesto viejo. Son comentarios hoy bien pertinentes porque, como se sabe, vienen de dos famosos artistas que han hasta no hace mucho se encargaban de cantar las loas y alabanzas del sistema político implantado por Fidel Castro.

En relación con la situación de los presos políticos, el actual canciller del régimen, Bruno Rodríguez, hasta no hace mucho mantenía que, por ejemplo, tanto Zapata como Fariñas no eran más que agentes del imperio del mal, manipulados por los responsables de la subversión en Cuba, que ahora, según el portavoz internacional del castrismo, ha puesto en marcha una gran campaña mediática para desacreditar la revolución y exagerar cualquier cosa que acontezca en la isla.

Seguramente, los próximos días, los beneficiados por la dictadura levantarán un colosal y hagiográfico homenaje a Fidel Castro exaltando su obra y su trayectoria. Esperemos que por el bien de los cubanos y de la causa de la libertad en el mundo, empiece en la isla una transición razonable e inteligente a la democracia. No será fácil porque quizás en este tiempo aparezcan dirigentes más castristas que el propio Fidel que se aferren a ese comunismo o muerte que tanta miseria y pobreza trajo para los cubanos. Porque, ¿de que sirve tener buenos médicos si la vida que es posible vivir es de dominación, de ausencia de libertad y de confinamiento? Ojalá que la muerte de Fidel Castro sea un punto de partida para una nueva Cuba, libre y solidaria. Ojalá.

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