Opinión

Partidos ideologizados

En este tiempo de pandemia estamos contemplando en toda su intensidad lo que son y lo que pretenden los partidos que podemos denominar ideologizados. En efecto, el partido, la formación ideologizada, nada tiene que aprender de nadie, lo sabe todo, absolutamente todo. Nunca se equivoca y si lo hace, es tal la cerrazón, la ceguera, y el complejo de superioridad moral, que tales errores no pueden ser más que del enemigo. La vida social y cultural, que desprecia, no tiene nada que ofrecerle para enriquecerla, ya que la ideología cerrada le proporciona las claves completas de interpretación universal, de interpretación de toda la realidad, en su conjunto o en sus partes. De esta forma, cualquier interpretación o apreciación que se aparte de la ortodoxia ideológica es alienación, disidencia o revisionismo -por simplificar-, y la evolución del pensamiento ideológico parece transformarse finalmente en una escolástica. Hoy, en España, en plena pandemia, lo vemos con meridiana claridad.

En cambio, la mentalidad abierta, su carácter no dogmático, facilita como un rasgo constitutivo la necesidad del diálogo, del intercambio, el imperativo de percibir el sentido de los intereses y las aspiraciones sociales, que constitutivamente están sujetos a permanente mutación. Hoy, lo que hay es dialogo táctico con un único objetivo, mantener el poder como sea y cuanto más tiempo mejor. La pandemia, el virus, es lo de menos, solo sirve si permite asentarse en la poltrona y laminar al enemigo.

Es verdad que en las formaciones ideologizadas, se producen adaptaciones a las transformaciones sociales, pero, a mi entender, éstas sólo pueden tener dos sentidos: el de la atemperación de los contenidos ideológicos, que puede revestir -y ha revestido históricamente- formas diversas, lo que nos situaría ante una auténtica, aunque fuese lejana, aproximación a la moderación, hoy imposible al caminar en sentido opuesto. El otro tipo posible de adaptación sería el de meras acomodaciones tácticas, es decir, cambios de procedimientos en la estrategia de conquista que toda ideología implica. En este sentido, se intenta acordar o pactar en cada momento con quien o precisa más sin importar el conjunto de la estrategia. El problema es que no se puede todo el tiempo quedar bien con todos, menos cuando se practica una forma interesada el diálogo.

Los proyectos ideologizados parten de visiones completas, cerradas y definitivas de la realidad social -también en la dimensión histórica de esa realidad- y supeditan a ellas la estrategia y la táctica, sin importar la realidad. La realidad si no coincide con el proyecto, se transforma intelectualmente y se trabaja desde esa razón abstracta que engendra monstruos tal y como confirmamos en estos tiempos de pandemia.

La enfermedad carece de ideología pero la ideología sí que se contagia, y de qué manera, a diestra y siniestra, empobreciendo la sociedad y forzando una polarización letal para el ejercicio de las libertades y los derechos.

El diálogo para estos partidos no existe: es un arma para imponer la propia posición. En efecto, en el diálogo democrático no debe olvidarse el objetivo principal que se persigue. No se trata de convencer, ni de transmitir, ni de comunicar algo, sino ante todo y, sobre todo, en primer lugar, de escuchar. Y debe recordarse que en diálogo escuchar no comporta una disposición pasiva, sino al contrario, es una disposición activa, indagatoria, que busca el alcance de las palabras del interlocutor, comprender su manera de percibir la realidad, la conformación de sus preocupaciones y la proyección de sus ilusiones y objetivos. Por eso el punto de partida es la correcta disposición de apertura. Sin ella el diálogo será aparente, sólo oiremos lo que queremos oír e interpretaremos de modo sesgado lo que se nos dice.

En fin, después de meses de Estado de alarma, en una situación de excepcionalidad, el balance es sombrío e inquietante. La ideología cerrada está al frente con todas las consecuencias que de ello se derivan. dominio de la opinión, restricción de derechos fundamentales, apagón de la transparencia, contratación pública bajo sospecha, ausencia de controles... Se ha intentado suspender el Estado de Derecho para aprovechar la excepcionalidad e instaurar, de hecho, un régimen autoritario. En nuestras manos esté regresar al sentido común, a la democracia, a las libertades.

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