Opinión

El sistema democrático

La calidad de la democracia actual, observando lo que acontece, la situación actual del control, de la separación de los poderes, y del reconocimiento y efectividad de los derechos fundamentales nos conduce a replantearnos el sistema político, no para superarlo, sino para recuperarlo en su ser más genuino y despojarlo de las adherencias negativas con que determinados aspectos de las ideologías modernas lo han contaminado, especialmente en tiempos de emergencia sanitaria. Contaminaciones que han estado en el origen de las lamentables experiencias totalitarias del siglo pasado en Europa y en la etiología de una crisis económica y financiera, trasunto de una honda crisis moral agudizada por la pandemia, que ha traído consigo un retroceso lamentable de las condiciones de vida de millones de seres humanos, también en el llamado mundo occidental.

Recuperar el pulso del Estado democrático y fortalecerlo significa, entre otras cosas, recuperar para el Estado los principios de su funcionalidad básica que se expresa adecuadamente -aunque no sólo- en aquellos derechos primarios sobre los que se asienta nuestra posibilidad de ser como hombres y mujeres. Entre ellos el derecho a la vida, a la seguridad de nuestra existencia o, por ejemplo, a la salud o a la educación. Y, para que estos derechos tengan pleno sentido, es básica la apelación a la participación, uno de los elementos centrales, como sabemos, del Estado social y democrático de Derecho.

En este mundo en el que la exaltación del poder, de la notoriedad y del dinero han superado todas las cotas posibles, es menester recordar que la dignidad de todo ser humano, cualquiera que sea su situación, es la base del Estado de Derecho y, por ende, de las políticas públicas que se realizan en los modelos democráticos. La ausencia de la persona, del ciudadano, de las políticas públicas de este tiempo, explica también que, a pesar de tantas normas promotoras de esquemas de participación, ésta se haya reducido a un recurso retórico, demagógico, sin vida, sin presencia real, pues la legislación no produce mecánico y automáticamente la participación.

Hoy, el covid -19 nos invita también a reflexionar a fondo sobre la vivencia actual de los valores democráticos y, sobre todo, a despojarnos de ese funcionalismo formalista que ahoga y asfixia cualquier atisbo de vida social genuina. Es una tarea que tendrá que asumirse tarde o temprano porque la deriva totalitaria, no solo del poder público, también de las terminales multinacionales, pone en peligro la cálida de vida de tantos millones de seres humanos, hoy en trance de una colosal operación de manipulación y control social. O nos despertamos o ingresaremos a una pesadilla colectiva de falta de libertades y de autoritarismo como ya aconteció en un pasado no muy lejano. He ahí el dilema. 

Comentarios