Opinión

La oposición venezolana: volver a empezar

A escasos días de cumplirse 23 años de la primera victoria electoral de Hugo Chávez, aquel lejano 6 de diciembre de 1998, sus herederos políticos siguen ganando elecciones.

El número grueso de los comicios del pasado domingo en los que se elegían mandatarios regionales, alcaldes y legisladores estatales indica que el chavismo se quedaría con 20 de 23 gobernaciones.

Más dos centenares largos de las 335 alcaldías y miles de cargos en municipios y asambleas. Como en los mejores días del liderazgo del fallecido teniente coronel.

¿Es posible explicar de manera creíble semejante arrase en un país acribillado por la hiperinflación, en el que la prestación de los servicios básicos de luz, agua y asistencia sanitaria es un monumento a la ineficiencia, con millones de venezolanos expatriados y donde movilizarse es una pesadilla diaria por la esacasez de gasolina en ese país, sí, con las mayores reservas de hidrocarburos del mundo?

Además, con la documentada violación de los derechos humanos, la existencia de numerosos presos políticos y una corrupción escalofriante financiada por ese chorro petrolero que ponía tres millones de barriles diarios en los mercados hasta hace poco más de una década.
Este domingo 21 con apenas la mitad de los 7,3 milllones de votos que Chávez alcanzó en su victoria más holgada en 2006, el chavismo deja huérfana y en harapos a su empecinada, y errática, oposición.  

Menos votos y más poder gracias a una abstención que roza el 60% del padrón electoral. 

Mayor eficiencia, aquí sí, imposible; fruto de desmesuras propias —por ejemplo, control descarado de los medios de comunicación públicos y privados, apropiación de tarjetas electorales de partidos de oposición para estimular la dispersión del voto— y, en paralelo, aprovechamiento de los cambios de rumbo de sus adversarios.

Una parte de la dirigencia opositora regresó este domingo al escenario electoral tras un nuevo paseo, como hizo en 2005,  por los difusos senderos abstencionistas que la alejó de las regionales de 2017 y las presidenciales de 2018 en las que fue reelegido Nicolás Maduro. Lo hizo, sin embargo, tarde y sin lograr recuperar la sólida unidad con la que, vale recordar, en 2015 obtuvo casi los dos tercios de los cargos del parlamento. 

En las votaciones del domingo candidatos opositores compitieron entre sí en numerosas localidades, facilitando el triunfo de los candidatos chavistas que no necesitaron el 50% de los sufragios para ganar.

Con nuevo árbitro electoral, que el chavismo concedió renovar sin perder el control del organismo, más la presencia de misiones de observación electoral, entre ellas de la Unión Europea, las elecciones del domingo ofrecían ‘garantías mínimas’ que pudieron conducir a un desenlace diferente. Al menos, evitar una debacle.

Pero hubo, además, sectores opositores que se mantuvieron en la línea de la abstención, aferrados a la idea de que participar era legitimar a Maduro y, quizás, añorando aquello de «todas las opciones están sobre la mesa» que propagó la administración de Donald Trump.

El liderazgo opositor tendrá que rendir cuentas y barajar las cartas otra vez si pretende disputar el poder al chavismo y recuperar la democracia en Venezuela.

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