Opinión

Santiago

LA ZONA monumental de Santiago, la de intramuros, se queda sin vecinos. No es nuevo. El despoblamiento no es de ahora, ya empezó cuando los vecinos tuvieron a donde irse, con el desarrollismo y la construcción del Ensanche en los años sesenta. No es rentable la rehabilitación de las viejas viviendas compostelanas, no compiten en el mercado con las demandas de confortabilidad actuales. En las viviendas anteriores al XIX es difícil el garaje en casa, el cuarto de baño en la habitación, el ascensor, la luz natural en todos los espacios, el gas, la fibra y, desde que la zona se ha entregado a la hostelería, el silencio.  Este último, lo devora la algarabía de las noches de los miércoles, jueves, viernes y sábados en la que se turnan estudiantes y vecinos de la periferia y, cinco meses al año, los turistas. La despoblación es, sobre todo, una cuestión de economía, de rentabilidad, pero esto, parece, que solo lo ven los vecinos.  Las autoridades culpan al turismo que cinco meses al año desborda la zona monumental.  Así, en el Concello miran para Barcelona, cuyo problema no es este, y en la Xunta, aunque piensan lo mismo, no quieren ni oír hablar del asunto, porque no quieren cambiar, no sabrían hacer otra cosa que seguir cultivando un turismo masivo y depredador que en nada ayuda pero que ya representa el 11% del PIB.

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