Opinión

Cocido sin 3D

DESDE NIÑOS nos enseñaron que con las cosas de comer no se juega. A los infantes de hace medio siglo nos incitaban a besar el pan cuando caía al suelo, ese pan ganado con el sudor de la frente. Son recuerdos primigenios, y también primitivos, si los comparamos con la incipiente presencia de las impresoras 3D en nuestras cocinas, donde ocuparán un lugar preferente con la cafetera y la tostadora. Una impresora aspira a sustituir a las grandes ollas de la abuela en la cocina de leña. Es para echarse a temblar. Admito su utilidad para calcular al miligramo los ingredientes, pero no para hacer un cocido o un caldo gallego. Esa especie de manga de crema pastelera puede manipular ingredientes cremosos o colocarlos por capas, pero me horroriza como sustitutivo de la máquina de la zorza. Tampoco la veo buscándole el punto a unos chorizos ‘ceboleiros’. Me entristece pensar que compraremos alimentos en cápsulas como el café. Son los peligros de la era de la posverdad, en la que corres el riesgo de que te vendan una píldora precocinada como si fuese un plato de un restaurante de la guía Michelin. No es lo mismo preparar a fuego lento un cocido con piezas enteras, como la cachola o el lacón, que amenazan con causar serias averías en una impresora 3D, que mezclar trozos sueltos de cerdo comprados en un supermercado. La tecnología llega para robarnos la memoria de los sabores, pero siempre nos quedará el cocido de Lalín.

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