Opinión

Maruja Mallo, la gran olvidada

"O PRINCIPAL monumento de Viveiro é Maruja Mallo, pero os viveireses aínda non se enteraron". Al ceramista Alfonso Otero Regal se le quedó grabada esta frase de Isaac Díaz Pardo dirigida al pintor Luís Seoane, quien conoció a la artista en Buenos Aires. Al visionario Díaz Pardo le extrañaba que su ciudad natal ignorase a la irreverente musa de la Generación del 27, tras su vuelta a España en los años 60, aunque solo viviese a orillas del Landro sus dos primeros años de vida.

Poco se hizo en Viveiro para reivindicar a Maruja Mallo. En el ámbito oficial, le dedicaron una misa cuando falleció, algo paradójico si nos atenemos al anticlericalismo de esta gran provocadora. Una de las múltiples anécdotas que dejó fue un paseo en bicicleta por las naves iglesia de Arévalo, en plena misa dominical, en los años 30.

Cuando aún vivía la pintora, el seminario Terras de Viveiro colocó en la calle donde nació una placa, obra de Regal, y se organizó una bienal pictórica que solo duró dos ediciones, sin apenas apoyo oficial. Otero Regal, testigo de aquella charla entre los cofundadores del Sargadelos moderno, se esforzó por trasladar a la sociedad su admiración por Maruja Mallo. Expuso sus grabados, editados por el lucense Vázquez Cereijo, y ahora acoge en su taller de RegalXunqueira una muestra, comisariada por Renata Otero. En ella reúne cuadros de 14 artistas españolas y extranjeras que homenajean a Maruja Mallo.

Otro viveirés, el fallecido Fausto Galdo, dejó constancia literaria de la figura de Mallo, a la que dedica un capítulo de su libro ‘Pintura y pintores de Viveiro’.

El espíritu iconoclasta de Maruja Mallo le hacía escapar de enraizamientos localistas. Solo recordó su lugar de nacimiento para obtener becas de la Diputación de Lugo cuando estudiaba Bellas Artes en Madrid. Su última solicitud estaba avalada con una carta de Ortega y Gasset, que alude a la casi desconocida faceta de Maruja Mallo como ceramista.

El homenaje tributado a Maruja Mallo en Viveiro tiene un poso nostálgico. Es un rescate tardío que transmite la ilusión fugaz de la recuperación de una artista injustamente tratada. En la memoria del gran público quedaron sus extravagancias y su arrolladora personalidad, que dejaron en un segundo plano su magnífica obra.

En Galicia rendimos culto a los muertos, pero ignoramos con frecuencia a los vivos, cuando sería lógico reconocerles sus méritos cuando están entre nosotros. Sobre tan funeraria costumbre es ilustrativa la norma de la Real Academia Galega de dedicar el Día das Letras a autores que lleven diez años fallecidos. Las artes plásticas tampoco son ajenas a este ritual. Por eso resultan reconfortantes las excepciones, como el homenaje al ilustrador y diseñador Xosé Vizoso en Mondoñedo.

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