Opinión

El 'docuhappy' del líder

Docudrama sobre las vicisitudes del poder y la trastienda de la realidad social. Vivimos en un plasma emocional
Melinda French Gates, Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez, la primera ministra de Barbados y Bill Gates. EFE
photo_camera Melinda French Gates, Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez, la primera ministra de Barbados y Bill Gates. EFE

Pedro Sánchez se fue esta semana a Nueva York previa asistencia a la final del Eurobásket en Berlín para mostrar al mundo su lado más "happy". De fronteras para fuera, el presidente coloca siempre sobre su cara feliz la sonrisa más cautivadora y la mirada más seductora, como si lo suyo fuera un continuo posado de dicha natural en el paseo de la fama.

Hasta el Grupo Prisa le organizó una charla en forma de Aló presidente y se hizo la foto con Bill Gates, ante quien la presentadora le afeó que llevara corbata mientras el eterno aspirante a monarca del Estado pide a sus súbditos españoles que se la quiten. Como es fácil de imaginar, Pedro se escondió tras su atuendo masculino para vender una España boyante, pujante y venturosa ajena al docudrama que sufren sus resignados ciudadanos, sometidos a la mayor presión fiscal de los 34 países de la OCDE, la inflación más alta de la UE y el paro comunitario más abultado. Se supone que además de los medios audiovisuales que dieron cobertura a su estelar presencia en la Onu, acompañaban al presidente Sánchez las cámaras que están rodando un documental de estadista con el que legar a la posteridad la contribución grandiosa, impagable y desinteresada de Sánchez a mejorar el mundo.

Parece que no hay ninguna televisión ni plataforma que se interese de momento por el docu al estilo Georgina, lo que resulta incomprensible siendo el protagonista tan apuesto como la santa de Ronaldo, pero en versión masculina. Es improbable que el docuhappy de Sánchez aspire al Oscar a la mejor interpretación extranjera, pero él le pone empeño y oficio con su método de galán tipo Rock Hudson y su rebeldía impostada a lo James Dean. Sin duda, el docuhappy de Sánchez se adivina y percibe como un culto probable al narcisismo, pese a que el convenio publicado en el Boe recoge literalmente que la cooperación entre las productoras televisivas y La Moncloa «en ningún caso presentará caracteres propios de propaganda o publicidad partidista o política», lo cual recuerda mucho en latín al excusatio non petita, accusatio manifiesta.

Los relatores monclovitas deberían saber que el solo rodaje de semejante película supone en sí mismo un ejercicio propagandista de partidismo político.

El título provisional del docuhappy de Sánchez, que tendrá drama cuando le muestren como el sanitario de la pandemia, el Robin Hood de los pobres o el palmero más volcánico, es de momento ‘Las cuatro estaciones’, con dos episodios de 45 minutos en una primera temporada prorrogables a otros dos. En el título no parece que se hayan esforzado mucho, y es de esperar que no le pongan música de Vivaldi cuando aparezca en primavera paseando por los florecientes jardines de La Moncloa preocupado por la mala suerte que ha tenido con la irrupción de Putin en la gestión sanchista de España.

Se desmiente que el documental sea una comedia o una película de ciencia ficción, si bien la docuserie promete grandes momentos de gloria y carcajada por su capacidad de labor social al contribuir a la felicidad de los españoles y ciudadanos del mundo. Que la docuserie no se titule Como Pedro por su casa, emulando al grandioso Pedro Ruiz, ya es un logro televisivo y cinematográfico que nos aleja del NO-DO franquista para acercarnos a la nueva normalidad postpandemia de la democracia del siglo XXI.

Después de tan inestimable contribución a la transparencia de Sánchez, puede que el documental nos aporte luz sobre el uso del Falcón, los pactos con las malas compañías que diría Page, el número real de muertos por covid o las verdaderas razones para el cambio de postura sobre el Sáhara. Nada se sabe si habrá en Las cuatro estaciones giros de cine negro, suspense y acción en plan Top Gun o esos poderes ocultos mediáticos, económicos y políticos que acorralan a nuestro galán de resistencia para fastidiarle su formidable empuje al interés general.

¿Habrá hombres de negro, señores con puro conspirando contra nuestro starring Pedro Sánchez o imágenes exclusivas del traslado de Txapote al País Vasco y de la firma de los indultos pasados y venideros? La pregunta no tiene respuesta a día de hoy, pero puede que no haya sitio en el guion.

Lo que parece seguro es que veremos un montón de imágenes y fotos del álbum más privado y público del líder, incluido el posado con Bill Gates y familia en el que Sánchez anunció una donación de 130 millones a la fundación del multimillonario con fines sociales que en España hubieran venido muy bien.

El docuhappy de Nueva York tuvo lugar en plena guerra de Ucrania, cuya versión española es la guerra fiscal cuasi nuclear que el Gobierno ha desatado contra el PP por rebajar los impuestos en Madrid, Andalucía o Murcia.

La respuesta gubernamental fue re-anunciar un impuesto a las grandes fortunas que el PSOE rechazó hace 3 meses para agitar el discurso electoralista distintivo entre ricos y pobres que tanto ejerce el sanchismo podemita, también conocido como socialcomunismo populista. Claro que los españoles preparan también un reality de respuesta al docudrama happy de España que se visionará en sucesivas elecciones.


El ministro Escrivá de baladí

Que el ministro José Luis Escrivá tiene difícil ser santo como Escrivá de Balaguer parece obvio. Que es conocido por tener tanta fama de saber cómo meter la pata también. Que en Bruselas no se fían de sus cuentas de pensiones, está comprobado. Y que su último renuncio poniendo sobre la mesa la centralización de los impuestos que inmediatamente fue desautorizada por Moncloa resultó hasta cómica, también, por no decir trágica. Pensó Escrivá de baladí (poca sustancia o importancia) que su aportación sería jaleada como la solución contra la rebaja de impuestos de las comunidades del PP sin sopesar que los socios de Sánchez no quieren saber nada de centralismos en su afán de pasar por caja la independencia. Así que el pobre Escrivá de baladí, que es de lo menos malo que tiene este Gobierno, sufrió en sus propias carnes la maquinaria de propaganda gubernamental a menudo utilizada contra Feijóo con tal ensañamiento que ha vuelto a hacer un ridículo solo comparable a sus cálculos sobre cotizaciones y edad de jubilación que la UE revisa.


Dejad que los niños se acerquen

Irene Montero la ha vuelto a liar en una intervención parlamentaria al decir textualmente: "Todos los niños tienen derecho a saber que pueden tener relaciones con quien les dé la gana". Naturalmente la polémica fue monumental, y lejos de defender su ley Trans desató una somanta de leches políticas, mediáticas y en redes sociales hasta el punto de ser acusada de hacer "apología aberrante de la pederastia". Se supone que la ministra de Podemos quiso decir que los niños tienen derecho a saber con vistas a cuando sean mayores. Pero un ministro, ministra o ministre del Gobierno del reino de España debe medir más sus palabras por la repercusión mediática de lo que dice y por simple responsabilidad. Lo más grave de todo es que esta vocación de adoctrinamiento sale gratis, porque en cualquier otra democracia europea una frase así le cuesta el puesto a un "ministroae". Pero vivimos en España, donde todo es diferente o al menos lo parece. La edad de consentimiento sexual en España es de 16 años, por lo que lo contrario se considera delito.

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