Opinión

El día del amor

Parábola sobre los cuernos a la democracia y el querer verdadero. La política no puede ser solo amor al poder
El parlamento de Cataluña casi vacío durante un pleno. EFE
photo_camera El parlamento de Cataluña casi vacío durante un pleno. EFE

EN ESTE 14 de febrero, día de los enamorados, cantemos al amor como se merece y como confluencia de afinidades entre seres humanos y electores. El amor transita entre la química de los sentimientos y los afectos del deseo. Y si bien se considera una emoción humana, no hay duda de que este 14-F, también día de las elecciones catalanas, hay materia para el amor dentro de la política en una explosión pasional y romántica de la llamada fiesta de la democracia.

Aunque es evidente que, tras este día de los enamorados, los socios y valedores del sanchismo se seguirán amando hasta la muerte como máxima expresión de amor político, no cabe duda de que todos los españoles, incluidos los catalanes, añoramos más el amor verdadero a la Constitución que garantiza los principios de la democracia española.

Por mucho que se empeñen Rusia y Pablo Iglesias, en España no hay presos políticos, sino ciudadanos condenados y encarcelados por incumplir la ley en el ejercicio libre de la política. Vivimos en un Estado de Derecho pese a los ataques permanentes desde el Gobierno a instituciones como la Corona o el cuestionamiento de los jueces, las sentencias y la separación de poderes. Dice Pablo Iglesias que "no hay una situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña, uno está en prisión y otro en Bruselas".

Sin duda, esta palabrería repleta de demagogia resulta especialmente grotesca en boca de todo un vicepresidente segundo del Gobierno, siguiendo la estela de países como Rusia, Irán o Venezuela donde los valores democráticos brillan precisamente por su ausencia. Este devaneo que se traen los socios de la coalición, jugando a polis buenos (PSOE) y polis malos (Podemos), no exculpa de su responsabilidad a Sánchez, Calvo y demás enterradores del socialismo tradicional, pues a su amor al poder se debe que Iglesias predique desde el Gobierno sus alharacas de populismo radical que cuestionan la democracia española. Junqueras ha hecho campaña electoral con Otegui pese a estar preso y Puigdemont no está en Bruselas por obligación, sino huido de la Justicia. Al igual que el clamoroso silencio de Sánchez, esas si son anormalidades democráticas, y más cuando a los políticos presos y prófugos se les tiene por socios de gobernabilidad y se pide para ellos indulto y amnistía. Falta de normalidad democrática es que un Gobierno acceda a una mesa de diálogo para hablar de amnistía y de autodeterminación en el objetivo legítimo, pero ilegal, de una república no contemplada en nuestra Constitución, que sí establece, en cambio, una monarquía parlamentaria.

Falta de normalidad democrática fue el terrorismo de Eta amparado por Bildu, que ahora es socio prioritario de este Gobierno con gran memoria histórica, pero con alzhéimer hacia las víctimas de Eta o las víctimas reales de coronavirus.

Falta de normalidad democrática es usar la violencia contra la propia democracia en una especie de extorsión a las libertades con actos como rodea al Congreso o agresiones de los radicales a partidos legales y democráticos en plena campaña electoral catalana.

Falta de normalidad democrática es el secuestro de la transparencia y del control del Poder Legislativo al Ejecutivo en una suerte de blindaje sanchista a través de un estado de alarma permanente bajo pretexto de la lucha contra la pandemia de la que hace dejación en la invención de la cogobernanza autonómica.

Falta de normalidad democrática es el intento gubernamental de asalto al Poder Judicial o las maniobras para minimizar y monitorizar la crítica al Gobierno en las redes sociales y la prensa en general.

Falta de normalidad democrática es señalar a periodistas y medios críticos como "cloacas mediáticas" e intentar coartar la «libertad total de información» para implantar el dominio de las "fuentes oficiales".

El 14 de febrero, día de los enamorados y de las elecciones catalanas. El marco perfecto para fomentar el amor al prójimo y la fraternidad política pese al populismo extremo. Tanto en el amor como en la política sería conveniente un poco de fidelidad, lealtad, honestidad y respeto a las reglas del juego. Si hablamos de amor político todavía se hace más necesario el cumplimiento de esos valores, pues en una relación entre ciudadanos y poder deben regir los principios de respeto, igualdad y correspondencia.

Con comportamientos antidemocráticos en el ámbito del denominado procés, tales como los sancionados por el Constitucional y condenados por el Supremo, se daña la convivencia. Y eso es inadmisible en una democracia, sobre todo si el desacato democrático se fomenta desde el propio Gobierno, que, junto a la Corona, el Parlamento y la judicatura conforma el corazón del Estado.

El amor político, al igual que el amor entre personas, está supeditado al cumplimiento de la legalidad vigente, sin interpretaciones liberticidas ni maltrato democrático a la Constitución. Amar no es para siempre, y menos desde la cornamenta de infidelidad que a menudo se le dispensa a la democracia española rayando el abuso ético y moral.

El show de Bárcenas
EL GRAN despliegue mediático y político con el caso Bárcenas ha derivado en una exhibición de juicio paralelo contra la financiación del PP, que el verdadero objetivo en su calidad de principal partido de la oposición. Y aunque se ha hecho uso partidista e intencionado de la vista por las obras en la sede genovesa con presunto dinero negro, debe ser el tribunal el que sustancie en alcance de las responsabilidades más allá de la rivalidad política. Como se ha visto, y como la propia Fiscalía ha reconocido, las acusaciones del extesorero del PP que cumple condena de más de 20 años por la primera etapa del caso Gürtel, se han quedado en un ofrecimiento de colaboración sin pruebas. El intento de careo con Rajoy obedece a una estrategia de la defensa sobre la que prevalece la presunción de inocencia, incluso del propio Luis Bárcenas. Por eso se hace necesario que el Estado de Derecho haga su trabajo, caiga quien caiga, sin la distorsión partidista ni el ruido mediático de finalidad política y electoral.

¿Legislar la libertad?
EN OTRA carrera por la propaganda y la ingeniería social, Caín y Abel esprintan para ver quien se da más prisa en legislar en caliente. Se trata de ampliar los límites a la libertad de expresión, es decir, de adecuar a su ideología lo que ya está regulado en la Constitución y el Código Penal. Tanto PSOE como Podemos rivalizan por ver quién es más permisivo a costa de despenalizar casos de cárcel como el del rapero Pablo Hasél, condenado por sus excesos contra la monarquía. Lo que pretende la coalición de Gobierno es proteger a los artistas, que han alzado la ceja por el rapero, y de paso despenalizar los delitos de injurias a la Corona, la religión o las víctimas de Eta. Resulta paradójico que quienes acusaban al Gobierno del PP que quererle meter mano a la libertad de información han intentado un ministerio de la verdad impropio de una democracia europea. Esta semana, el Rey alertaba: "Sin libertad de expresión ni libertad de información no hay democracia". ¡Cuánta razón!

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