Opinión

El posado de Bali

Pedro Sánchez y su esposa Begoña Gómez. EFE
photo_camera Pedro Sánchez y su esposa Begoña Gómez. EFE

LO RECONOZCO. He dudado entre el perreo de Anitta a Isabel Díaz Ayuso y la indumentaria balinesa del presidente y la segunda dama de España en la cumbre del G-20. Y aunque Ayuso gusta incluso con una bata de atención primaria, no hay duda de que Pedro y Begoña han dado la campanada en Bali con esa elección tan chic que ni Yolanda Díaz podrá igualar con sus modelos top pasarela de la rúa del percebe.

Feijóo se hizo un atrevido fondo de armario en la revista Esquire, y tiró de cuello alto y cuello bajo varias lunas antes de que la sedición y la malversación se convirtieran en ese oscuro objeto de deseo sanchista. Porque si somos lo que comemos, de un tiempo a esta parte somos más lo que vestimos.

Somos lo que parecemos, pero no siempre lo que queremos. Somos escaparates del alma, sin otra mirada que la de los demás. Somos la apariencia de la estética, eternos aspirantes a la belleza deseada. Somos esclavos de las modas pasajeras, usuarios prestados de las marcas y, acaso, el look inconsciente de la tendencia sobreactuada.

Lo confieso. Pedro Sánchez y Begoña Gómez no me han sorprendido, pues ya sabíamos que se esfuerzan más por gustar que por gobernar. Él con su altura espigada del Ramiro de Maeztu y su camisa de tela batik entre lo morado y lo violeta, a juego con el fular de su esposa, como si fuera un homenaje matrimonial a Podemos, el partido que les ha permitido habitar el ala oeste de la Moncloa. Ella, de un amarillo intenso más canario que ucraniano, cumpliendo el protocolo balinés junto a su marido presidente con el atrevimiento temerario de quien no distingue el bien del mal.

Aquel memorable a solas con Soraya en blanco y negro que hizo temblar los cimientos conservadores del edificio de la derecha se quedó largo de ambición y corto en la insinuación de una vicepresidenta sexy. Aquel desnudo de Albert Rivera que terminó en despelote ciudadano se tornó con el tiempo en desmantelamiento del naranja. Aquel Mariano en chándal transitando los caminos de Santiago y surcando los jardines de la Moncloa derivó en un peligroso derrape en la curva parsimoniosa de la retranca.

Y ese alcalde Almeida al que la corbata le sienta difícil es casi tan resultón como Ángela Merkel con minifalda. O ese Pablo Iglesias que pasó de la coleta descuidada al aseado aspecto pijo del pódcast de Galapagar. Todo eso desluce al lado de Sánchez y Gómez en Bali, disfrazados para salir al exterior en imitación a la vida y al posado de los Reyes en Mallorca.

Lo proclamo. Ni David Beckham ni Victoria en su máximo esplendor de chica picante hubieran logrado en la cumbre del G-20 un momento fashion como el de Pedro y Begoña. La verdad es que hacen buena pareja, una pareja bonita que se podría ganar la vida fuera de la política como influencers de la moda y la propaganda. La imagen de florido pensil quedará superchachi en el documental de estadista oficializado en el BOE como el liderazgo esforzado de un presidente con insomnio que duerme a pierna suelta. La política es un plató de televisión con el que entretener al público. Y hemos de reconocer que el escaparte balinés de Sánchez y señora ha derivado en una primavera florida, en un reality de engañifa pública que lleva por título Las cuatro estaciones.

Lo de Bali va más allá del Soy Georgina de Netflix, y gusta más que los Aló, presidente, la incoherencia y los incumplimientos de la palabra dada. Pero poco a poco Pedro deja de ser Antonio internacional para convertirse en un actor robot, como lo es Joe Biden, que interpreta el papel de presidente norteamericano.

Lo descarto. No me parece que el posado balinés se haya convertido en "un problemón" para Sánchez, palabra que utilizó en Bali una vez desposeído del colorín, ya vestido de estadista galáctico con traje y corbata para justificar lo injustificable: la derogación del delito de sedición.

Reducir a un palabrejo coloquial y callejero la explicación de la cesión al chantaje de los golpistas para seguir en la Moncloa es buscar un titular con desprecio al Estado de derecho.

Justificar el incumplimiento de las condenas tras indultarles y reducir el delito a "desórdenes públicos" para rebajar las penas y permitir a sus socios presentarse a las elecciones con la tentativa de la malversación sí que es "un problemón" para el futuro de España porque el desafío y el "lo volveré a hacer" persisten.

Mentir con el argumento de que así se equipara el delito de sedición a Europa demuestra que, aunque el hombre se vista de seda –balinesa–, Pinocho se queda. Y sobre todo, lo que se vuelve un verdadero "problemón" dar cobertura a la ley Montero y contribuir al engaño social según el cual estamos mejor ahora que en 2017, cuando en realidad "el problemón" del referéndum ilegal y la declaración de independencia se resolvieron aplicando la Ley que el estadista balinés ha desactivado a petición de los delincuentes.

Hoy, el posado balinés no es un "problemón". El "problemón" es lo que se esconde tras el aparatoso escaparate de un poder desleal con la verdad.

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