Opinión

España, una mirada virtual

Cruce de realidades sociales y políticas. Del Mobile World Congress al caso Mediador pasando por Ferrovial y la inflación
Felipe VI, con unas gafas de realidad virtual. EFE
photo_camera Felipe VI, con unas gafas de realidad virtual. EFE

La realidad que vive España depende, como siempre, del color del cristal con que se mire. El Rey se puso las gafas virtuales en el Mobile World Congress de Barcelona y, dada su sonrisa, dio la impresión de que se le apareció la garantía de continuidad de la Corona que zancadillean las amistades peligrosas del sanchismo gobernante.

Los independentistas hicieron su show ante la Corona dando un plantón a medias a Felipe VI para crear la ilusión de su propia realidad paralela. Y si bien es legítima la aspiración republicana, no parece legal ni leal saltarse la Constitución al tiempo que te beneficias del sistema con sueldos y representación institucional que requiere unas obligaciones, incluida la integridad territorial.

El caso es que los republicanos separatistas se hicieron la foto oficial pero no salieron a recibir al Rey como marca el protocolo porque algún desprecio tenía que hacer el dúo sacapuntas Colau-Aragonés que actúa para su parroquia en esa ambigüedad calculada que caracteriza el procés secesionista. Al jefe del Estado español, me refiero al Rey y no a Sánchez, le gustan las nuevas tecnologías, porque representan el progreso de un país que la izquierda extrema trata de atribuirse frente el supuesto anacronismo de la monarquía. Sin embargo, en Europa hay 10 monarquías parlamentarias dentro de un sistema democrático entre las que destacan la de España, el Reino Unido, Suecia, Bélgica o Noruega, cuyas economías y marco de libertades están entre lo más avanzado de la OCDE.

El monarca español es consciente de vivir en una sociedad digital del siglo XXI pujante, globalizada y en permanente cambio evolutivo. Desde la fallida declaración unilateral de independencia, más de 7000 empresas abandonaron Cataluña, y no han regresado. El Gobierno trabaja para que las más representativas vuelvan a tener su sede en Barcelona, una ciudad marca España cuya imagen se vio deteriorada por el brote separatista que incendió sus calles y fomentó la anarquía okupa antisistema.

En un contexto virtual en el que la coalición de gobierno promueve el discurso diferencial entre ricos y pobres e impone pagos fiscales extras a quienes generan empleo y riqueza, no sólo no es de extrañar que las empresas no quieran volver a Cataluña, sino que algunas como Ferrovial se van de España a Países Bajos porque allí encuentran mayor seguridad jurídica bajo otro sistema democrático de monarquía parlamentaria como el español.

Es cierto que Rafael del Pino ve en el extranjero mayores beneficios fiscales para Ferrovial, una empresa multinacional que opera en autopistas, construcción, aeropuertos e infraestructuras energéticas y de movilidad. Pero el impuesto a la banca y las energéticas del sanchismo podemita disuade de la práctica de una economía patriótica ante un Gobierno intervencionista y recaudador de indisimulado afán impositivo. El impuesto más injusto e indiscriminado es la inflación, que no cede pese a las medidas cosméticas gubernamentales que se sustentan más en la propaganda que en la realidad objetiva de la cesta de la compra. Los precios están por las nubes porque la rebaja del IVA no incluye productos básicos como el pescado y la carne y la deuda pública española es una hipoteca a futuro que ya padecimos al levantar las alfombras del zapaterismo.

Sánchez ha hecho caja con la inflación y las subidas de impuestos al recaudar 31.000 millones más en el ejercicio 2022. Pero el truco de las paguitas a colectivos electorales potenciales como los jóvenes no cuela porque la cifra récord de recaudación el año pasado, estimada en 254.000 millones de euros, supone 1630 euros por hogar que no compensan la subida del salario mínimo, el mínimo vital o la supuesta lucha contra la llamada pobreza energética. Las gafas virtuales por las que miró el Rey en el Mobile no son las mismas por las que mira Sánchez en su realidad virtual paralela. En ese daltonismo del poder se incluye la doble moralidad ante la corrupción sobre la que Sánchez sustentó la moción de censura que le catapultó a la presidencia del Gobierno.

Es evidente que el poder distorsiona por igual la ética y la corrupción propia. Lo vivimos en el caso de los Ere y lo vemos ahora con el caso Mediador que ha noqueado al sanchismo en plena pre-campaña electoral. El denominador común de putas y coca entre ambos casos va más allá de la propia trama de presunta corrupción porque evidencia esa doble moral mientras en el Congreso el PSOE votaba a favor de abolir la prostitución. Lo mismo sucede con la rebaja de la malversación, la supresión de la sedición o la Ley del sólo si es si, esta última en versión podemita.

La excarcelación y rebaja de penas a violadores arrastra al propio Sánchez a un abismo profundo de graves consecuencias que tiene un componente de falso feminismo dado el daño intrínseco a las víctimas y la igualdad que la aplicación de la Ley legislada por PSOE y Podemos ha vomitado. La ciudadanía ya no compra el relato de parte, escrito con una gran carga ideológica de ingeniería social y propaganda para encubrir la mala gestión, la okupación institucional tentacular, corruptelas propias y los excesos del chantaje de socios radicales.

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