Opinión

Francispaña

Estamos ahora en la margarita de Sánchez que le regaló Feijóo: que gobierne la lista más votada para evitar pactos indeseables

CUENTAN las crónicas que la Unión Europea ha respirado tranquila por la victoria de Macron en Francia... Que el muro a la ultraderecha de Le Pen ha funcionado a pesar de su subida, por lo que la construcción europea continúa edificándose sobre el eje Francia-Alemania. Pregonan analistas e historiadores que esto es lo mejor que le podía pasar a nuestro destino común tras el bofetón antieuropeísta británico del Brexit, donde no gobernaba ni gobierna la derecha más extrema aunque el resultado del referéndum fue producto del populismo. La lectura española mayoritaria no difiere mucho, y carga de argumentos a la izquierda social comunista para establecer el paralelismo con España, donde el horizonte electoral requiere la suma de PP y Vox. La canción nos suena, porque en su momento sucedió lo mismo hacia el otro lado con PSOE-Podemos-ERC-Bildu. Puestos a comparar, cada país y sociedad son distintos, y hasta los extremos de Mélenchon y Le Pen son tan diferentes y a la vez tan parecidos que se tocan. De los Pirineos abajo, los sociólogos también sospechan que hay vasos comunicantes entre los votantes de Podemos y Vox, lo mismo que comienza a haberlos entre el electorado del PSOE y del PP. Hay una parte socialista que se identifica con la tecnocracia solvente, moderada y centrista de Alberto Núñez Feijóo quien, puestos a comparar, es el candidato español que más se parece a Emmanuel Macron. Dejaría de serlo a ojos de quienes todo lo saben si finalmente pacta a nivel estatal con Abascal para poder gobernar desde la Moncloa, si bien le legitima el abandono del centro que inauguró Sánchez al pactar con comunistas, separatistas y herederos políticos de Eta.

A bote pronto, esta es la reflexión inicial que sugiere el triunfo electoral de Macron, solo que en España carece mos de segunda vuelta y se necesitan pactos para armar mayorías tras la desafección al bipartidismo. Lo inmediato es Andalucía, donde se da por segura la victoria del PP aunque no por mayoría absoluta. Ello requeriría el apoyo de investidura de Vox, y en función del resultado entrar en la Junta como ha ocurrido en Castilla y León o con apoyos puntuales como sucede en Madrid sin formar parte del gobierno. En cualquier caso, más allá de los problemas de espionaje con sus socios o de la apuesta por socializar a Yolanda Díaz para eliminar de la ecuación a Podemos, Sánchez usará todo lo que esté a su alcance para recuperar la confianza de las encuestas, ya sea con un viaje como el de Kiev, un bandazo como el del Sáhara o el argumentario de la extrema derecha para extender el cordón sanitario al PP de Feijóo. Aunque se hagan muchas lecturas gratuitas de lo sucedido en Francia, el mapa político español es imprevisible y no está sujeto a la ciencia exacta afrancesada de la segunda vuelta, en la que el electorado se abstiene o vota a favor o vota en contra de unos de los dos candidatos finales, independientemente de programas, ideologías y liderazgos.

Aquí, en España, estamos ahora en la margarita de Sánchez que le regaló Feijóo: que gobierne la lista más votada para evitar pactos indeseables. ¿Alguna apuesta?

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