Opinión

La inflación democrática

Análisis económico de la política del siglo XXI. Los precios acorralan a los españoles como en tiempos de la zeta
Repostaje en una gasolinera. EUROPA PRESS
photo_camera Repostaje en una gasolinera. EUROPA PRESS

Lo de "es la economía, estúpido" se queda corto, cándido y anecdótico en la España nuestra del nuevo milenio. Aquella frase con la que Clinton ganó las elecciones estadounidenses de 1992 tuvo su primera versión española cuando Rajoy dejó en evidencia la zozobra de la política económica de Zapatero.

La gran mayoría absoluta del marianismo se empañó con una subida de impuestos forzada por el déficit oculto tras los trucos político-judiciales ideados al rebufo de los casos de corrupción del PP que acorralaron el último mandato de Rajoy y el amargo acto final de la moción de censura.

Como la historia es cíclica y se suele repetir tanto en los aciertos como en los errores, da la sensación de que el país está abocado a una segunda parte nada buena del zapaterismo. La pifia económica siempre asola a la izquierda cuando gobierna, no se sabe si por su mala suerte o mal hacer. Y el sanchismo encalla en las mismas aguas bravas que ahogaron a ZP hasta que el flotador bolivariano le puso a flote en la realidad populista.

Sánchez no parece una excepción a la regla, sino más bien la prueba empírica evidente de que vuelve a ser la economía, queridos estúpidos –me incluyo, naturalmente–. Y por mucho que se culpe de los males numéricos tanto macros como micros a la pandemia y al malvado Putin, los expertos concluyen que la gestión económica del socialcomunismo gobernante ha dejado mucho que desear en términos objetivos.

De nuevo sobrevuelan los cuervos de negro sobre la economía española en vuelo rasante procedente de Bruselas, que ni con fondos europeos recupera el rumbo que otros países de la UE han emprendido.

La economía del sanchismo no crece el ritmo debido, el paro español encabeza la tasa comunitaria pese al maquillaje de mayo y los precios se han desbocado hasta el punto de que la inflación no cede. Topar el precio del gas para reducir el recibo de la luz está siendo el cuento de nunca acabar que no da resultado, porque la energía sigue siendo en España de las más caras tanto por vía de enchufe como para llenar el depósito.

Si alguien quiere calificar de catastrofismo los malos augurios de la economía española verá que ese diagnóstico lo hacen prestigiosos organismos internacionales como la OCDE y el FMI o nacionales como el Banco de España, que no duda en sentenciar que somos "la gran economía del euro que peor lo ha hecho y que la inflación repuntó mucho antes de la guerra", con gran pataleta gubernamental.

Y eso ya no es un juicio de la extrema derecha corrupta, sino la prueba fiable de que algo se está haciendo y ha hecho mal. Las pensiones no se deberían revalorizar con el IPC, porque la inflación vuelve a subir al 8,7 tras batir récords de atraco con la electricidad, los carburantes y los alimentos, que son artículos de primera necesidad. El gasto estatal no se detiene, la deuda pública acabó 2021 en el 118 por ciento del PIB, y las futuras generaciones apechugarán con una vida hipotecada sin trabajo, pero con mucha estética ideologizada en los libros de texto que educarán a nuestros hijos en el adoctrinamiento singular del clientelismo y la subvención.

España es hoy un país más pobre con ayuda del sanchismo y los obsesivos vicios progres de las políticas económicas antiliberales y anticapitalistas. Los españoles estamos entre los habitantes más endeudados del mundo, y desde el poder se fomenta el funcionariado y la cultura del papá Estado. Somos una economía capitalista inspirada en la demagogia del derroche más que en el gasto social; hemos retrocedido al eslogan de bases fuera, Otan no, abajo el capitalismo.

El Gobierno anda a la gresca divisoria, apuntalando una fractura conceptual de interpretación política de la realidad que nos hace más vulnerables y débiles. Desde la educación al chantaje de los pactos, España parece rebelarse contra el estado del bienestar y el estado de derecho, convirtiendo a los socios gubernamentales en insumisos constitucionales y parásitos de la democracia que se sirven de ella para obtener réditos políticos. Y de igual modo, se cede sin rubor a peticiones sobre presos etarras o indultos para preservar el poder.

La monarquía está sometida al zarandeo parlamentario y gubernamental más radical y en política exterior nos esforzamos por recuperar el esplendor diplomático al tiempo que cedemos ante Marruecos una posición histórica sobre el Sáhara sometidos a sospechas de espionaje que se escapan al entender de la lógica y la razón.

La política se ha convertido en tertuliana e intérprete de la economía, mientras la idea del cambio se instala en el instinto de supervivencia social empezando por Andalucía.

Somos un país poco fiable para la Otan y EE UU, y hay desconfianza exterior en España. Un emérito en Abu Dabi, y un esperpento polarizado continuo de fronteras para dentro. Un rey acosado por la agenda republicana, y una economía que nos mantiene en estado permanente de inflación democrática.

Comentarios