Opinión

Marruecos, 1; España, 0

Partido diplomático Madrid-Rabat. La política exterior es cuestión de Estado, pero sin las Coronas baja de nivel
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al primer ministro de Marruecos, Aziz Ajanuch, en la cumbre de Rabat. EFE
photo_camera El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al primer ministro de Marruecos, Aziz Ajanuch, en la cumbre de Rabat. EFE

Desde la isla de Perejil al Sáhara, desde Rabat a Madrid se ha abierto un difícil paso del Estrecho cuyo peaje se conocerá tarde o temprano. La cumbre entre España y Marruecos celebrada esta semana al sur de Algeciras ha estado precedida por la incomprensible sumisión de Sánchez a Mohamed VI, que encima le dio plantón. Sumisión que escapa a cualquier lógica diplomática e, incluso, al derecho internacional.

Especular con el hackeo del móvil de Pedro Sánchez a costa del programa Pegasus sólo certifica que el rumor podría ser la antesala de la noticia y, en consecuencia, de la verdad. Pero ciertamente resulta cuando menos inusual que el cambio de posición del Gobierno español sobre el Sáhara Occidental sin el obligado consenso parlamentario obedeció a razones ajenas a las propias resoluciones de la Onu.

Sánchez tomó partido por Marruecos para resolver un conflicto histórico sobre la soberanía de la excolonia española que abandonamos tras la Marcha Verde con la que Hasán II administró la extremaunción al franquismo. Mientras que para las Naciones Unidas el Sáhara no es un territorio autónomo, Marruecos lo considera una autonomía alauita y España valida esa condición renunciando a la tradicional posición de neutralidad así como a la causa del pueblo saharaui.

Sánchez sorprendió secundando la posición del populista Trump que reconoció en 2020 la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental a cambio de que Rabat normalizara relaciones con Israel. En este tablero de ajedrez de la geopolítica global las sospechas sobre la información contenida en el móvil de Sánchez han dado rienda suelta a la teoría causa-efecto sobre el cambio de postura repentino del Gobierno español sin atender a razones de lógica.

Y si en la decisión pesó la presión de la UE para mejorar las relaciones de la puerta euro-española con África, aún se entiende menos semejante viraje de consecuencias imprevisibles para el Estado. El error se acrecienta más al ver que Sánchez prescinde de Felipe VI en su visión presidencialista del mundo.

España no garantiza el freno a las oleadas de inmigrantes ilegales a través de las fronteras de Canarias, Ceuta y Melilla ni la ambigüedad en la lucha contra el yihadismo. Tampoco garantiza que Marruecos renuncie a su reivindicación histórica sobre las ciudades autónomas españolas en el norte del continente africano. Junto a esa decisión no motivada ni histórica ni políticamente en los fundamentos internacionales y el consenso, pesan también otras contraindicaciones tales como las consecuencias económicas.

La enemistad de Argelia, que da cobijo a 170.000 refugiados procedentes del Sáhara Occidental en los campamentos de Tinduf, provocó pérdidas de 3.500 millones tras el corte de suministro de gas en pleno conflicto de Ucrania disparando las compras españolas al agresor, Rusia, y a EE.UU. No pensar en las consecuencias ante el permanente chantaje de Putin a la UE hace que muchos crean en Pegasus como factor determinante de chantaje para provocar el "inaudito e irresponsable" cambio de postura de Sánchez.

La cumbre hispano-marroquí que tanto necesitaba Sánchez en su álbum de fotos, tanto como la de la presidencia europea previa a las elecciones generales o la del regreso de Puigdemont que el vilipendiado juez Llarena persigue, se ha celebrado con ausencia del rey marroquí. Sin embargo estuvo precedida de otro movimiento político incomprensible en el Parlamento Europeo: el PSOE votó en contra de la resolución europea que exige libertad de prensa en Marruecos y, en consecuencia, respeto a los derechos humanos. Supeditar causa tan universal y democrática a la conveniencia de no enfadar al amigo del sur antes de la cumbre prueba de nuevo la falta de escrúpulos y sensibilidad de un Gobierno de izquierdas que siempre presume precisamente del respeto a las libertades individuales.

El monarca Mohamed VI doblegó de nuevo al principal partido del Gobierno español y le hizo hincar la rodilla en tierra europea y tierra marroquí con una llamada de teléfono y un retrato. Nadie añora los pies en la mesa de Aznar en la famosa foto de las Azores. Si acaso se agradece el respaldo estadounidense a la respuesta de España tras la invasión marroquí de la isla española de Perejil. Pero, sinceramente, sí se echa de menos un poco de firmeza española ante las ambiciosas pretensiones de soberanía territorial expansiva de Marruecos.

No es que muchos españoles busquen la revancha de la eliminación del mundial tras la caída de España ante Marruecos en Catar. Simplemente los españoles desean que al menos el equipo español con sede en la Moncloa dispute el partido y no se deje ganar en la competición internacional de la política exterior.

Pedro Sánchez dejará de ser el capitán tarde o temprano, pero no puede hipotecar la selección nacional con sus concesiones. Y lo que vale para Marruecos, la política exterior y otros asuntos de Estado también vale para la economía, la soberanía nacional y otras decisiones de la gobernanza adoptadas por conveniencia personal y partidista sin atender al bien común. De momento Marruecos, 1; España, 0. Mohamed VI va ganando a Sánchez.

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